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El hecho de que todos se quedaran dormidos después de las tres de la madrugada hace que nadie ponga un pie fuera de su cama hasta las doce de la mañana. Como son una familia de ruidosos, en cuando hay uno en movimiento, todo se vuelve frenesí.

Con medio ojo abierto, Raoul se esfuerza por preparar desayunos y no equivocarse. Javi, mientras le va contando lo que hicieron anoche, tiene que llamarle la atención para que no eche zumo en el bol de cereales o meta el brick en el horno. No le ha sentado especialmente bien la noche de fiesta, y eso que solo bebió Coca Cola.

—¿Te puedes creer que Ago hizo el Bachillerato tecnológico? —Le brillan los ojos mientras sigue al rubio por la cocina mientras este trabaja con el microondas y la nevera abierta—. Dice que a lo mejor me ayuda con mi cohete, pero tengo que pedirle ayuda yo.

—Mira tú qué bien —musita, dejando un vaso en la mesa con un golpe seco—. A desayunar.

Las gemelas se acercan entre saltitos, con la sonrisa enmarcada en sus rostros pequeños. Martín se sienta también, pero no habla hasta que no tiene la boca llena de cereales.

—¿Y por qué acabó siendo pianista, si le gustaba la tecnología?

—¿Agoney es pianista? —Se despeja de golpe.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, los cuatro niños que están sentados alrededor de la mesa de cristal abren los ojos con fuerza, todos con dirección en Martín, que ha palidecido unos cuantos tonos y parece incapaz de tragar todo lo que se ha metido a la boca.

—No, no he dicho eso.

—Sí lo has dicho... ¿Qué pasa? Estáis muy raros.

Javi lo contempla como si tuviera algo planeado, pero Martín no tiene pinta de entender sus ojos y los movimientos que hace.

—Que... no, no me refería a Agoney.

—¿Y a quién te referías?

—Pensaba... —se concentra en lo que parece decir Javi— que estaba hablando de otro Ago. ¡Agustín se llama! Un chico que está de prácticas en la clase de Javi. Es profe de música.

Raoul mira a un hermano y luego al otro. Cuando mira al más alto, este asiente con una sonrisa amplia, cuando mira al de gafas, le hace un gesto con el pulgar.

Lo van a volver loco, pero no tiene ganas de discutir, así que decide dejarlo estar.

Solo entonces los hermanos respiran. Mantener los secretos de su vecino va a ser más difícil de lo que parece.

∞∞∞

Pestañea, desorientado, al recibir los rayos del sol directamente sobre su rostro. Está seguro de que su ventana no da a su cama, esto nunca le había pasado.

Entonces, escucha unos platos moverse, siente el respaldo del sofá cuando trata de moverse y suspira. Es cierto, anoche cuatro niños despiadados lo obligaron a dormir después de confesarles su peor pesadilla: su realidad.

Se rasca la frente, incorporándose hasta quedar sentado. Le duelen los ojos y le cuesta moverse, casi parece que ha sido él quien ha salido de fiesta.

—¡Al fin despierta el señorito! —Suspira al escuchar la voz de su madre tras él—. ¿Qué tal todo anoche?

—M-me debí d-dormir en el s-sofá... —Se rasca la cabeza, prestando atención a cada detalle al no escuchar los gritos de los niños—. Mamá, ¿v-vino R-Raoul a p-por los niños?

—Que yo sepa no. —Se encoge de hombros—. Ya estabas aquí solo cuando llegué del turno. —Se acerca a él y acaricia su mejilla, agachándose—. Tienes mala cara, ¿has llorado?

El chico de la ventanaWhere stories live. Discover now