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Si alguien le pidiera un resumen sobre la última hora, sería incapaz. Lo tiene todo borroso. Ni siquiera podría explicar cómo han llegado a su piso, cuando ninguno de los adultos está para conducir.

Sí recuerda haber llamado a la policía, por eso no le sorprende que haya varios policías recorriendo el salón tomando notas de las palabras entrecortadas de su novio. Raoul apenas ha hablado, pero casi es mejor que lo que hace Agoney: nunca lo había visto tartamudear tanto, envuelto en lágrimas. No sabe qué hacer, cómo tratarlo, mucho menos cuando no puede ni con su propio cuerpo.

El único que parece lo suficientemente calmado como para actuar es Javi. No solo ha recibido las tarjetas con la información y los números de teléfono de la policía más amable, sino que, como él no tiene nada que ver en todo esto, pues ni es adulto ni sabe nada del padre de Ago, se ha metido en la cocina y ha vuelto con vasos de agua. Cuando eso no funcionaba, incluso le ha creado hipo al moreno, ha traído tazas de té. Sabe fatal, Javi nunca había usado la vitrocerámica, ni mucho menos había intentado preparar té, pero a él lo calma, en parte al menos. Lo necesario para ponerse de pie y coger el móvil.

Tiene demasiadas llamadas que hacer, pero empieza por la más obvia: sus padres. Llama a su madre por varios motivos, puede que, dentro de ellos, se encuentre la ansiedad que se forma en su estómago, y la necesidad de escuchar a su madre al teléfono.

Pero no contesta, salta el contestador tras un par de tonos. Vuelve a intentarlo, esta vez con su padre, que lo manda al buzón de voz al instante.

No pasa nada, se repite. No podrán, estarán en medio de una conferencia importante, o en una comida con gente de la empresa. Los llamará más tarde, cuando lo tenga todo resuelto.

Uno de los policías le pregunta por las llamadas y él niega, con pesadumbre. Todo el mundo estaría más cómodo con alguien adulto de verdad, incluido él. Ya había tenido el peso de la familia a sus espaldas, pero esto es exagerado.

Decide hacer tiempo para que sus padres salgan de la reunión en la que estén metidos, buscando su siguiente llamada. Al ser el padre honorífico, tiene los contactos de todos los padres de amigos de sus hermanos, y eso incluye la madre del mejor amigo de Martín.

Controlando los sollozos, logra explicarle la situación y, tras asegurarle ella que está con su amigo, que nadie se lo ha llevado, le pide que lo devuelva a casa cuanto antes. Un nudo de su estómago se deshace, pero eso no significa que no quede una hermana por encontrar. Y después de lo que pasó en aquella discoteca, ya no se puede quedar tranquilo.

Tras cuatro tonos (los cuenta para no morir de desesperación), Violeta contesta:

—¿Qué pasa, tío?

Se come su alivio para preguntar:

—¿Dónde estás?

—En casa de Rebeca, donde me dejaste... Me estoy haciendo la manicura, así que estás en altavoz, espero que no te importe.

—Me importa un poco. Vuelve a casa ahora mismo, mandaré a alguien a buscarte.

—¿Qué dices? No, tío, tenemos una pedazo de fiesta esta noche y...

—Verónica y Camila han desaparecido. —La voz de su hermana muere al instante—. Alguien se las ha llevado y no pienso discutir los detalles mientras estamos en altavoz. Necesito que estés en casa porque no voy a poder respirar bien hasta saber que estás a salvo. Tendrás toda la vida para salir de fiesta, te lo prometo. —Se le corta la voz.

—Dios, vaya cortada de rollo... —Escucha la voz de la amiga de su hermana.

—Calla, tía. Voy para allá, Raoul, joder. —Escucha sonidos fuertes, pero pronto vuelve a hablar—. Y ahora me lo cuentas todo.

El chico de la ventanaWhere stories live. Discover now