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Buenos días, vecino

Ten un día genial <3 y cuando lo necesites, avísame por aquí o tocando mi puerta, y me quedo con tus hermanos

Ago <3

Sale de su habitación con una sonrisa que le cruza toda la cara. Violeta, que estaba desayunando sin prestar atención a nada en general, abstraída por el sueño acumulado, alza una ceja.

—¿Y a ti qué te ha picado?

—¿A mí? —Su voz ha sonado muy aguda, genial—. A mí nada, ¿qué te ha picado a ti?

—Yo no soy el que tiene cara de gilipollas enamorado.

—No digas eso —masculla, girándose para sacar la leche de la nevera.

—¿El qué? ¿Gilipollas, o enamorado?

—¡No digas palabrotas! —La acusa Vero, entrando en ese momento con la mochila a cuestas.

—Perdón, perdón. —Alza las manos, rindiéndose.

Raoul vuelve a mirarla mal, mientras le pasa a su hermana pequeña su zumo de naranja. No quiere pensar mucho en ello, y menos en la forma en que su cuerpo ha reaccionado ante esa palabra.

No puede estar enamorado, es imposible. En primer lugar, porque no lo conoce, solo han compartido una conversación a medias, y no sabe ni cómo habla. En segundo lugar, porque es bastante más probable que esté reaccionando así porque ha sido lo más parecido a un tonteo que ha recibido en su vida.

Para una persona que le hace caso y le sonríe, y le dice cosas bonitas..., es normal que esté atontado.

Va a ser psicólogo, entiende de esas cosas.

Eso solo le dice que va a tener que trabajar en su necesidad de validación.

Termina de preparar los desayunos de los hermanos, y entonces, cuando están todos en la mesa, empieza con el suyo. Violeta es la primera en terminar, pues ya estaba allí antes que él.

—Oye, una amiga va a tener un hermano y nos ha preguntado por las cunas... —Se acerca a él—. ¿Tú crees que los papás nos dejarán donarlas? No creo que las volvamos a necesitar, ¿no?

—Con esos dos nunca se sabe. Pienso que voy a ser hijo único y de repente, a los cinco años apareces tú. Cinco años después, cuando ya parecía que se iban a quedar con dos, nació Javier. —Sonríe, irónico—. No confío yo que no nos den una sorpresa.

—Las gemelas tienen seis, no creo que...

—Pregúntales a ellos. —Se encoge de hombros—. Todavía nos dan la última sorpresa antes de que yo me independice.

—Espero que no —murmura, alejándose al darse cuenta de que ha conseguido acabar con el buen humor del rubio.

Raoul se muerde la uña hasta que saca su taza de leche del microondas. Le echa dos cucharadas de café y una de Nesquik, y ya está listo.

—Raoul... —Camila ladea la cabeza mientras lo observa beber en silencio desde la encimera—. ¿Qué sorpresa nos van a dar los papás? —El rubio escupe la leche de vuelta a la taza.

—Eso, eso. ¿Es una moto de agua de esas? —Alza la cabeza Martín.

Termina de beber, de un solo trago, toda la taza, y la deja a un lado.

—Es una broma interna entre Vi y yo. Dudo mucho que haya una moto de agua.

«Y si la hay, seguro que es un autorregalo».

El chico de la ventanaWhere stories live. Discover now