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Está histérico, y la reciente llegada de sus padres no ayuda nada. Ha pasado las últimas horas de un lado a otro, esperando una llamada, cualquier noticia sobre sus hermanas, cualquier indicio de que han encontrado a su suegro, pero nada.

Las horas pasan y solo quiere arrancarse los pelos de las cejas, uno a uno, del estrés que siente. El momento de dormir se acerca y, sin ninguna noticia, tendrán que dirigirse hacia el parque favorito de las gemelas para el intercambio más raro de la historia. Principalmente porque no es un intercambio como tal, solo es Agoney hablando con su padre por primera vez desde lo que le hizo.

Si él se pone enfermo solo de pensarlo, no puede imaginar cómo estará su chico. Ni siquiera entiende por qué haría esto por él o por sus hermanas, a él no le merecería la pena.

Llega la noche, con la cena más silenciosa de la historia, donde los Hernández ocupan las sillas que suelen utilizar las gemelas Vázquez. Raoul siente un nudo en la garganta todo el tiempo, así que apenas responde preguntas sobre la universidad. No se puede creer que alguien tenga ganas de hablar de nada que no sean Verónica y Camila. Fingir normalidad en una situación así le parece insultante.

Deja que sus padres se encarguen de los platos sucios y anuncia que se va a dormir, que está molido.

—Ago, ¿te vienes? —añade, tras dar dos pasos hacia el pasillo.

El moreno se gira hacia su madre, con cara de susto.

—Anda, vete. Que ya no eres un niño chico que necesite permiso para pasar la noche con su novio. —Le guiña un ojo—. Pero hazme un favor.

—C-claro...

—Sé que tú eres mi hijo, pero cuídalo mucho. Lo veo al límite, en cualquier momento estalla.

Raoul finge no haberlo escuchado en su camino a la habitación. No necesita ningún motivo para petar, no ahora.

Se deshace de la sudadera con un gesto rápido y se mete bajo las sábanas mientras lucha con la camiseta de pijama. No es hasta que consigue metérsela en el cuello que descubre a Agoney mirándolo con gesto divertido.

—P-podrías haber p-pedido ayuda.

—¿Qué es la vida sin un poco de riesgo? Aunque sea por una camiseta. —Su sonrisa luce falsa, pero el moreno no dice nada al respecto.

Se tumba a su lado despacio, tras dejar las sábanas levantadas para que se meta debajo. Suspira al recibir el calor de estas, cerrando los ojos.

—P-podría q-quedarme aquí p-para siempre.

—Y me haría muy feliz que lo hicieras —musita Raoul—. Todavía estamos a tiempo de llamar a la policía y avisarles.

—No q-quiero p-poner en r-riesgo t-todo. La p-policía lo c-conseguiría.

Asiente en un intento por no discutir. No ha mentido en la mesa: está agotado, y lo que más le apetece es encontrarse entre sus brazos. Nunca se había sentido más a salvo, aunque estén al borde del abismo.

Se permite cerrar los ojos con las caricias en su nuca y el aliento sobre el suyo. Cuando vuelve a abrirlos, la luz entra por la ventana. Es el momento.

Consiguen desayunar rodeados de su familia. No hablan mucho y sus miradas son esquivas, pero están todos tan preocupados que no creen que alguien se haya fijado en dos de ellos estando nerviosos. O al menos eso espera que estén pareciendo con su actitud.

Agoney se marcha para ponerse ropa cómoda, con la promesa de que se verán en la entrada del edificio en quince minutos. Raoul se viste mucho más deprisa que él, antes de agarrar su móvil, la cartera y salir de allí.

El chico de la ventanaWhere stories live. Discover now