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Ya van cuatro días desde que lo vio por primera vez a través de sus ventanas abiertas. Cuatro días, cuatro chicos distintos que han pasado sin vergüenza alguna por la cama de su vecino.

Y Raoul no se ha perdido ni uno solo de esos encuentros.

Sí, sé lo que estaréis pensando. Es un mirón, un voyeur de esos, incluso puede que, si su vecino lo descubriera, lo tratara de asqueroso para arriba. Y lo peor es que tendría toda la razón.

Pero joder, cree que se lo merece. Sigue pensando que no está bien mirar de esa manera, pero cada vez que escucha la puerta abrirse y el sonido de los besos y los jadeos... simplemente decide quedarse.

¿Alguien puede culparle? A pesar de haber tenido una buena infancia, en cuanto la casa empezó a llenarse de infantes, sintió la responsabilidad de cuidar de ellos, cosa que sus padres estaban empezando a ignorar. Como si hubieran criado a la perfección a sus dos hijos mayores y luego se hubieran rendido.

Así que toda la adolescencia de Raoul se basó en pañales, llantos, ir a por un helado y estar ahí para sus hermanos. No salió al primer botellón al que sus amigas lo invitaron, ni se enteró con el resto que a Nerea le iban las tías, porque no estaba allí en la fiesta en la que salió del armario.

En Nochevieja, sus padres se marchaban a hacer «cosas de adultos» y él se encargaba de los más pequeños.

La primera vez que salió oficialmente fue en su graduación de Bachillerato, y tampoco fue tan especial.

Además, como ya había cumplido los dieciocho, sus padres dejaron de preocuparse por aparecer al menos una vez al día, y el concepto de dejar a sus hermanos por algo tan mundano como citas (había rechazado un par en esos años) o salir de fiesta con sus amigos se le antojaba irresponsable. No podía ser como ellos, tenía que intentar cuidarlos a todos y darles la infancia que él había tenido. No era lo mismo, no estaban sus padres, pero al menos está él, y a veces a Violeta le da por ayudar, así que no está mal.

La conclusión es que, a sus veintidós años y a punto de terminar la universidad, no ha tenido una sola cita, ni un beso y mucho menos sexo. La primera polla que había visto había sido sin querer, cuando al descargarse una película, habían saltado páginas porno.

Tampoco había visto porno más allá de aquello, aunque de eso no tenían culpa sus hermanos o sus padres. Tras esa situación y una pregunta inocente, Aitana le había dado la charla de su vida sobre por qué el porno era una industria misógina que trataba a las mujeres como basura, como objetos follables.

Claro, él no iba a ver porno heterosexual, como no tardó en darse cuenta, pero pensó que, si lo de las mujeres era malo, ¿cómo sería con los pasivos en el sexo? Había preferido no descubrirlo.

Pasa el día preocupándose por mil cosas diferentes: sus padres y sus ideas locas de viajes y de formas de fastidiarlo, sus hermanos siendo ellos..., así que cuando llega el momento de estudiar, está en su escritorio tranquilo... ¿qué va a hacer, delatarse diciéndole que puede verlo por la falta de cortinas? ¿Comprar cortinas? Es demasiado tentador quedarse quieto y mirar.

Decide sincerarse el primer día que tiene libre como para quedarse a comer. Aitana deja caer su vaso sobre la mesa.

—Dime que estás bromeando, tío.

La boca de Nerea lleva entreabierta un buen rato. Raoul traga saliva y se esconde tras la botella de agua que han traído para los tres.

—No bromeo.

—Qué fuerte... —La rubia se lleva una mano a la boca—. Y yo pensaba que eras el tonto del grupo, flipo.

—¡Oye! —Le da un golpe en el brazo. Se lo devuelve la morena, con el ceño fruncido—. ¡Au! ¿Y a ti qué te pasa?

El chico de la ventanaWhere stories live. Discover now