14. La última noche.

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Margarita sabía que su hermano había estado durmiendo en el coche y que, más tarde, se había alojado en la habitación de Darla. A ella, casi tanto como a él, le gustaba verle feliz, vivo de nuevo. Así que no hizo preguntas cuando Leonardo sugirió demorar su regreso a casa. Sabía lo que hacían cuando estaban los dos solos. De hecho no era secreto para nadie que los conociera. Y Michaela tenía que sufrir las miraditas y tocamientos fuera de lugar cuando se reunían para ensayar.

Por su parte, Darla no le había reprochado en ningún momento que huyera en esa ocasión. Tampoco es que hubieran hablado sobre ello; pero no hacía falta, viendo cómo había enmendado su error Leonardo.

Así que pasaron los días, que se transformaron en semanas, hasta que llegó la última noche. La noche en que aquello, fuera lo que fuese, acabó.

O empezó. Quién sabe.

•∆•∆•∆•

Es en este momento en el que el peso de las últimas semanas cae sobre él. Es en este momento, durante el que ve tras las bambalinas a los clientes entrar y sentarse, en el que es por primera vez verdaderamente consciente de lo que está a punto de hacer.

Le sobresalta una mano en su hombro que pertenece a su familiar voz.

—No estés nervioso, lo harás bien. Como hemos ensayado.

—No estoy nervioso.

Darla se muestra escéptica.

—Como si no te conociera.

Leo devuelve la mirada al micrófono y la alterna con la gente de las mesas. Espera que no le esté viendo nadie que conozca.

—Leo —intenta llamar su atención Darla—. Leo, mírame. —Como ve que se ha perdido en quién sabe dónde le pone ambas palmas en sus mejillas y le obliga a mirarle a los ojos—. Leonardo Campogrís de Del Ópalo, escúchame.

Consigue que reaccione, ambos iris se encuentran. Unos camino del dorado, los otros plateados con detalles azules.

—Creo que no puedo hacerlo —murmura.

—Mira mis manos —las pone ante sí, extendidas, para que vea el ligero temblor de sus dedos—. Todos estamos nerviosos. Es una actuación más, sí, pero a nosotras nos depende la vida de ella. No vas a ser protagonista, para eso está Mich; estás de acompañante, te elegimos para que sientes una base en la que brille la Lila.

—Sí, pero sin una base estable todo se cae a pedazos.

—Y por eso estoy yo también. Nadie de la sala sabe bigerdo, nadie sabrá si pronuncias bien o si te has saltado un verso. No se darán cuenta de que he camuflado los versos que tenías que haber dicho con unos acordes de piano. Todo esto, claro está, suponiendo que suceda. Porque no lo vas a necesitar. —Le coge de las manos y se las lleva al pecho—. Lo has conseguido en la sala de práctica, lo hiciste estupendo en el ensayo de ayer en el escenario, lo harás perfecto hoy ahora. No te quepa la menor duda.

Una débil sonrisa se dibuja en los labios de Leo.

—Gracias.

—Ja, pensé que nunca llegaría a escuchar esa palabra salir por tu boca.

Quizá debería decirla más veces. Sobre todo a Joan. A quien, por cierto, no ha visto desde aquella noche en el club. Tampoco se ha puesto en contacto o intentado siquiera. Con Grisuelo por ahí... Ni el jefe de los plateados ni Fernando han dado señales de vida, lo cual le inquieta. Mucho. Pero no es momento de pensar en ello. Los minutos pasan, más gente entra —en su mayoría hombres que se limitan a beber, charlar y apostar en las cartas— y los nervios aumentan.

Una canción para LeonardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora