||Prologo||

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El océano era el territorio donde el humano no podía corromper. El único lugar que en menor de los descuidos te haría desaparecer. Una fuerte tormenta se aproximaba, los cuatro tripulantes del barco pesqueros se movían en completo caos de la proa a la popa. Tenían que estar preparados para la madre naturaleza que los amenazaba por retarla a dominar sus mares.

Grandes olas movían los costados del barco, provocando que se balanceará de un lado a otro. Era un desastre, agua salada se metía por todo el suelo. Él con seriedad indicaba a sus hombres mientras luchaba contra el timón para no perder el curso y poder llegar con su familias. Aun teniendo un solo brazo estaba en contra de morir sin conocer a su hija.

Un fuerte golpe apareció en el costado izquierdo, dejando a todos quietos y en silencio. Los dos hombres se acercaron rápido a la orilla. Massimo solo los observaba sintiendo la tensión en medio del caos. Uno de los hombres tan experimentado como él, se adentró al lugar con una expresión pálida y perturbada –como si hubiera visto un fantasma–.

–¡Capitán, tiene que ver esto! –su voz sonaba asustada y perdida en lo que sea que estuviera pensando.

Massimo sin decir nada cambio posiciones con su trabajador. Tomó su arpón y salió en plena tormenta, acercándose con prisas hacia su otro hombre. Él lo miro, pálido como el otro. Parecía no temerle a caer del barco ante los constantes golpes de las olas furiosas.

–Capitán, mire –en un murmulló apunto al mar.

Desconfiado se acercó a donde el apuntaba y dejó caer su arpón por el asombro. Tantos años trabajando en la pesca no lo preparo para esta escena.

El mar perdió su color natural para pintarse en gran cantidad de rojo, el olor a metal los invadió. Eran trozos de carne...y no cualquier carne.

–Monstruos marinos –musitó el capitán al ver los múltiples trozos de carne flotando entre pedazos de lo que parecía ser restos de un barco.

Madera, sangre y pedazos de carne sin cuerpo flotaban en medio de la tormenta. Son los restos de una cacería injusta, fue lo primero que paso por la mente de los dos marineros.

–Creí que estaban extintos ya –comentó el hombre más joven que él.

–Aún quedaban pocos, pero están al borde de desaparecer –respondió inseguro mientras cubría su nariz ante el potente olor a muerte.

Ambos dieron la vuelta con intenciones de ignorar la escena. Los monstruos marinos eran un tesoro para el humano; su carne era la más codiciada en todo el mundo como también sus escamas valen más que la piedra más cara de toda la historia, estas poseen propiedades excelentes para la medicina al igual que la fabricación de los perfumes que valdrían más que una ciudad. Tanto era su valor que toda la historia los fueron casando hasta llegar al borde la extinción. No quedaba ejemplares en ningún mar ni océano. El humano arrasó con ellos.

Pero cuando estaban a punto de seguir con sus trabajos y su misión de volver a casa...lo escucharon. Era el fuerte llanto de un bebé, un bebé en medio de la nada. Voltearon rápido su mirada hacia el pescador quien sostenía el timón y él parecía sorprendido como ellos. No lo habían imaginado, se escuchaba un bebé llorando en el mar.

Sin esperar a más, entre los dos buscaron por todo el mar aquel fuerte llanto de desesperación de un indefenso. Todo era un caos en su mente que el miedo a la tormenta quedo a un segundo plano. ¿Qué hacia un bebé en medio del océano?

–¡Capitán! ¡Lo encontré! –escucho el grito del hombre desde la proa.

Massimo no lo pensó tomo un salvavidas sujetado al barco y corrió hasta él. Al momento de llegar se quedó sin palabra al ver un pedazo de madera flotando entre las olas peligrosas, cubierto de algas podía ver algo moviéndose. Ambos compartieron miradas antes que el Capitán se lanzara a aguas peligrosas.

El tripulante cuidaba a toda costa la cuerda mientras que el otro intentaba acercarse más a ellos, cosa que era casi imposible ante los movimientos bruscos. Massimo casi se ahoga al ser golpeado por una de las olas, pero eso no impidió que llegara al pedazo de madera donde se quedó sin palabras al ver un bebé...un bebé monstruo.

Su mirada se abrió con sorpresa al ver una pequeña criatura recién nacida; escamas brillantes y hermosas que iban de tonos lilas hasta purpuras –aun con el cielo oscuro y lloviendo estas brillaban como gemas–, la cola de la criatura se movía a la par que sus bracitos y piernas. Él hombre respiro profundo y tomo al bebé con cuidado, no podía dejarlo allí, solo, siendo carnada fácil para otros depredares. Él bebé se calmó un poco abriendo sus ojitos mostrando unos ojos amarillos con un iris verde esmeralda, tan brillante como la misma gema. Ahora entendía porque eran tan codiciosos. Lo oculto bajo su impermeable amarillo y una vez que se aseguró que estaba a salvo como pudo jaló de la cuerda para que llevaran devuelta al barco.

Su tripulante lo subió con dificultad. El trabajador intento ver al bebé, pero Massimo no lo dejo, sentía nervios como también sin tener la menor idea porque protegía la cría de una bestia salvaje.

–¿Era un bebé?

–Lo es, hay que cubrirlo antes que le dé pulmonía –mintió con inseguridad. Sabía que el bebé solo seguía vivo porque no le afectaba ahogarse o estar bajo la lluvia.

–¿Qué hacia un bebé con los cazadores?

Él lo miro de reojo, lo pensó unos segundos y prefirió no responder y adentrarse al barco donde el otro tripulante lo esperaba con una sábana seca. Massimo se la arrebato y sin pensarlo envolvió rápidamente al bebé.

–Señor, hay revisarlo si está bien.

–¡No! –exclamó paranoico y fastidiado. Sabía que si otra persona viera al bebé no dudaría en venderlo al mercado negro solo para ser millonario.

Dándole la espalda a los otros dos destapo el rostro de la criatura para ver que estaba bien, ya que su llanto dejo de escucharse desde que subieron al barco. Pero como si no le bastaba ser un monstruo al descubrir la cara de la criatura dio un brinco del susto al ver un bebé ¿humano?

Los otro dos se asustaron y se acercaron rápido para ver aquel bebé de piel bronceada, sus regordetas mejillas como sus hombros estaban llenos de pecas, lo que sea que tenía en la cabeza fue remplazado por un poco de cabello castaño bronce rizado, lo único que aún conservaba era aquel par de ojos esmeraldas tan brillantes que miraba con curiosidad a los tres hombres. El bebé estaba tranquilo acurrucado en el pecho del hombre que lo salvo.

Los dos tripulantes suspiraron de alivio y rápidamente fueron a buscar algo para mantener caliente al pequeño por lo mientras que regresaban a Portorosso. No quería decir lo extraña que era toda la situación; ¿Cómo bebé llegó a allí? ¿Por qué no mostraba ningún signo de enfermedad? Un bebé humano ya estaría muerto en cuestión de minutos.

No podía dejarlo solo, era un bebé. Era uno de los últimos de su especie. Escucho la risa del pequeño y rápidamente bajo la mirada a él, haciendo que algunas de las gotas de su cabello húmedo cayeran en la frente de la criatura, haciendo que brotara un par de escamas moradas brillante en ella. Extrañado como asombrado movió un poco su cabeza para que más gotas cayeran sobre él, obteniendo el mismo resultado más un tierno estornudo del bebé. Se camufla al estar seco, pensó.

Una alocada idea pasó por su mente al recordar a su esposa embarazada, a punto de dar a luz a su primera hija.

–Creo que me quedare con él, hasta que pueda obtener información sobre sus padres.

Ambos hombres lo miraron sorprendidos, pero no dijeron nada. Su jefe sabía lo que hacía y que era lo mejor. ¿Cierto?

UNCOVER || LubertoWhere stories live. Discover now