El lado sublime de la ciencia (MR)

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El niño daba pasos largos y arrastrados, desordenando a todo montón de hojas amarillas que encontrara sobre la vereda

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El niño daba pasos largos y arrastrados, desordenando a todo montón de hojas amarillas que encontrara sobre la vereda.

Jacob, que caminaba relajado unos pasos más atrás, veía lo feliz que era William con simplezas como aquella. Invirtió mucho tiempo cuestionándolo todo, pero no cuestionaría su paternidad mientras existiese esa alegría en el pequeño de ocho años.

Ambos se acomodaron en un banco frente a la calle.

—¡Estamos sobre un colchón de hojas! —exclamó el niño emocionado. Jacob reía y lo despeinó con diversión.

—Realmente se trata de tu estación favorita. ¿Verdad? —Will lo miró con expresión obvia—. Pregunta innecesaria. Lo sé —agregó levantando las manos.

—De hecho, tú me dijiste que debemos preguntar porque hay respuestas que todavía nos pueden sorprender.

Jacob no pudo evitar una carcajada. Sabía que era listo, pero lo tomó desprevenido.

—Veo que tienes una mente muy hábil. Supongo, entiendes lo que me está pasando aquí. ¿Cierto? —Se tocó la sien. El niño asintió—. Hay que ser directo y con la verdad, siempre. Tú sabes que no conozco otra forma mejor —Will volvió a asentir—. Estoy enfermo, y en cuestión de tiempo, moriré.

Silencio. Un silencio que ponía a prueba la fortaleza de ambos.

El niño negó triste, y se levantó para retomar la caminata.

—¿Por qué vinimos aquí, papá?

Jacob vio cuánto le afectaba. Entonces cambió de método, pero no de tema. Se puso de pie y caminó tras él, respetando la distancia que Will imponía.

—¡Lavoisier! —comenzó a explicar un poco desesperado—. Cuando hicimos el experimento con el copo de nieve; cambiamos de líquido a sólido y viceversa. ¿Recuerdas?

El niño detuvo sus pasos y volteó hacia su padre.

—La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma —citó Will sonriendo—. Como una roca volcánica que alguna vez fue lava incandescente.

Jacob se acercó y arrodilló ante su hijo. Entre orgulloso y aliviado, lo tomó de los hombros.

Bien. Él amaba la ciencia como amaba a papá. Si lograba que el pequeño comprendiera su punto, sería la mayor virtud de todas.

—¡Correcto! Eso es lo que pasará conmigo. No iré a ningún sitio, pues estaré en todos. Sé que sabes cómo funcionan las células y partículas, pero necesito decírtelo —sostuvo sus pequeñas mejillas—, me verás en el polvo que barra mamá, en las raíces de los árboles que plantes. En la adrenalina que sientas cuando llegues tarde a trabajar, o la oxitocina que te provoque un beso de aquella persona amada por ti; como tu madre en mí... Cariño, somos posible más allá de este cuerpo, y en este estado —concluyó, con una mano sobre el pecho.

Will limpió las lágrimas del hombre. Se fundieron en un abrazo, y Jacob supo que le fue concedido el último regalo: la inmortalidad en el corazón de su hijo.

Un hecho científicamente comprobado. 

 

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