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Apenas era un niña, y ya cargaba con varias cosas de adultos, sólo quería, ser libre, en verdad lo ansiaba.

— Kyomi, iremos con el señor Sano.

Creo que después de todo, ese era al único lugar que me gustaba ir, era divertido, pero no tanto como para que se vuelva una felicidad para siempre.

— Kyomi, has crecido mucho.

— Es un gusto volver a verlo – y las normas sobre disciplina.

— Manjiro se alegrará de verte.

— La ultima vez me miró mal.

— Probemos de nuevo – seguí al señor Sano hacia el dojo, ahí estaban algunos practicando, y pude verlo a él, saltar y golpear para caer excelentemente - ¡Manjiro!

— ¿Qué sucede? – me hice aun lado para que me mirara – oh, Kyomi, estás más pequeña que yo.

— Es normal Manjiro, entrenemos.

— No.

— ¿Por qué?

— Eres una niña

— ¿Y eso qué?

— No peleo con niñas.

Si, tal vez sólo en esos momentos me sentía aliviada y ese constante estrés se iba, tal vez y sólo tal vez, convenza de ir a su escuela.

En verdad era una amistad extraña que teníamos, era divertido estar con él, hasta que me presentó a su amigo, Baji, el también era bueno en peleas, pero tampoco quería pelear conmigo.

— Kyomi.

— ¿Sí?

— ¿Por qué vives tan lejos?

— No lose.

— ¿Podremos irte a visitar?

— Sólo llamen a mi padre, y el los traerá hasta a mí, pero ahora me mudaré.

— ¿A dónde?

— A Roppongi.

— Queda algo lejos.

— Pero eso no hará que nos olvidemos, ¿de acuerdo? Siempre contarás con mi ayuda Manjiro.

— Bien...

Si, dolía, era mi primer amigo, y el único que de verdad parecía que me respetaba por quien era, y no el de dónde vengo.

Papá solía llevarme al dojo cada cierto tiempo, durante algún tiempo, eran los mejores años de mi vida, siempre los atesoraría.

Pero mi vida no sólo era aquello, debía ser la mejor, debía demostrar que sería la próxima líder.

Ser parte de la familia Sango, no era sencillo, y yo como mujer, era mucho peor.

Mi familia no se escondía tanto como parecía, estaba hecha de yakuza, tuve que asistir a muchas torturas, asesinatos, y con el tiempo, me metieron en ese mundo, era horrible en algún sentido, pero, hace mucho que había olvidado lo que era tener compasión.

No hace mucho que ingresé a la escuela, ya un año de aquello.

Pero, no era necesario ser alguien que se presentara directamente, me habían apodado el ángel sangriento, bueno, en parte era así, por otra no tanto.

Incluso había llamado la atención de algunos pandilleros, entre ellos a los reyes de Roppongi, a los hermanos Haitani, o al menos a uno de ellos.

— El ángel sangriento, no creí que sería mi día de suerte y te haya encontrado, lindura.

— ¿Quién eres?

— ¿No me conoces?

— Si te conociera no preguntaría.

— Que atrevida, soy Ran Haitani.

— Que decepción, tenía otra perspectiva de ti, adiós.

Si, ser cortante y fría era algo que salía de mí de manera natural, incluso ignorarlo, era apuesto, no lo niego, pero, mi cabeza tiene tantas cosas que hacer, que fijarme en alguien no era precisamente el mejor momento.

Desde ese día, Ran no ha parado de acercarse a mí, era molesto.

— Eres molesto, ¿sabes? Aburres.

Y creo que lo maté, porque no me siguió más, incluso su hermano parecía algo asombrado, lo comprendo, en parte.

Bueno, no.

Pero eso no se terminaría, odiaba ir en un auto lujoso a la escuela, no era de mi interés que todos me miraran, pero eso aminoraba las miradas, más de lo que ya tenía.

— Hola, lindura.

— ¿Qué quieres?

— Eres muy cruel, ¿qué tal si nos divertimos un poco?

Lo odiaba, odiaba a este tipo de personas, sólo estorbaban, sin más los golpee, si, fue algo rudo de mi parte hacer eso, pero lo merecía.

Fragil - Ran HaitaniWhere stories live. Discover now