Prólogo

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Rachelle.

El aire no entraba a mis pulmones.

No podía moverme.

Sentía las extremidades de mi cuerpo un poco frías.

Las cosas sucedían delante de mis ojos, pero se sentía como si no estaba allí realmente. Era como ver una película, como si estuviese recreando una escena de un libro en mi mente con tanta fuerza que se sentía real, pero en el fondo sabía que no lo era.

No lo era.

No lo era, y lo quería así.

Todo se repetía cómo un disco rayado.

Sentí mucho frío y fui a la habitación de mi madre a acurrucarme con ella cómo era costumbre, a ella no le molestaba que hiciera eso, sabía que secretamente esperaba por ello todas las noches.

Pero siempre hay una noche diferente, ¿No? Una que cambia tu vida por completo.

Si, eso sucedió justo en el momento en que noté que mi madre no estaba con sus manos bajo la almohada, sino sujetas a la sábana y a su pecho, como si algo le doliera; y más sorpresivo aún, con sus ojos abiertos, mirando al techo fijamente, sin pestañear ni una sola vez.

–¿Mami?

Un escalofrío me recorrió entera al no tener respuesta y sin pensarlo demasiado me acerqué, subiéndome a la cama. Su cuerpo no estaba calentito como esperaba, al contrario; estaba helado, y sus labios se encontraban muy pálidos.

Mi madre ya no respiraba.

Me baje con cuidado de la cama, asustada y confundida, cerré la puerta de su habitación y camine en dirección a la puerta.

Debía buscar a la vecina, Ellen; ella era enfermera y alguna veces venía a hablar con mamá. Ella podría hacer que mamá se sienta mejor.

Caminé en dirección a la casa contigua, subí las pequeñas escaleras y toque el timbre, y de seguido la puerta.

Nadie salió.

Mordí mi labio inferior, preocupada.

¿Acaso no estaban en casa?

Las luces estaban encendidas.

Volví a tocar el timbre y aguarde unos segundos.

Alcé mi mirada al ver la puerta abrirse y me encontré con el hijo de Ellen, Evan. El era mayor que yo, y también un poco tonto.

Hundió sus cejas al verme.

–¿Que haces descalza, Rachie?

Miré mis pies y luego a él.

–Mi madre no respira –Respondí.

Agrandó sus ojos.

–¡¿Qué?! –Chilló.

Abrí mi boca y hundí las cejas, analizando mis palabras.

Mi madre no respira.

Si mi madre no respira, eso significaba que... ¿Mi madre estaba muerta?

Cerré mi boca y miré como Evan atravesó el interior de su casa corriendo en busca de sus padres. Me quedé quieta en mi sitio sin saber que hacer.

Segundos más tardes los Sanders aparecieron en mi campo de visión como un torbellino, Ellen, la enfermera, corrió por mi lado y entro deprisa a mi casa; mientras que el señor Sanders, se detuvo frente a mi, con su hijo a un lado mordiéndose las uñas.

–Rachelle, cariño, ¿Quieres pasar?

No respondí, no pude hacerlo.

–Pregúntale porqué está descalza –Oi a Evan decirle.

El señor Sanders lo miro y luego enfocó su vista en mi.

–Rachelle, ¿Por qué estás descalza?

Tragué saliva y baje mi mirada a mis pies, volví mi mirada a él y señale mi casa.

–Mi madre...

La señora Sanders atravesó la puerta de mi casa hecha un mar de lágrimas, mientras sostenía un teléfono a la altura de su oído.

Mi pecho se apretó.

–Esta muerta –Susurró ella, con la voz ahogada –Llegué tarde, Frederick– Lloró, acercándose a su esposo– Ella ya no está con nosotros.

Bajé mi mirada al suelo, con mis ojos agrandados.

¿Mi madre ya no estaba?

No, ella tenía que estar. Ella no se iría sin mi.

Fruncí las cejas y comencé a caminar de regreso a mi casa.

–Oye, Rachelle, espera –Me detuve y alcé mi mirada al tener a Evan frente a mi, con expresión preocupada– No puedes ir a tu casa ahora –Negó, empujándome de los hombros y obligando mis pies a retroceder– Debes quedarte aquí, ¿De acuerdo? – Señaló.

Apreté mis labios, no muy convencida.

La sra Sanders se agachó a mi altura y me sostuvo de los hombros, forzando una sonrisa.

–¿Mi madre ya respira? –Pregunté.

Sus ojos se humedecieron de nuevo y me abrazo con fuerza.

–Cariño, tu madre siempre te amará, ¿Lo sabes? –Asentí –Rachelle, tu madre ahora es una hermosa nube en el cielo, ¿Te gustan las nubes, cariño? –Asentí.

¿Conoces esa horrible sensación de que algo comienza a faltar en tu vida?

¿Conoces ese sabor amargo que deja recibir una mala noticia?

¿Esa sensación de ahogo?

¿La conoces?

Entonces seguro me entiendes más de lo que me gustaría y te sentirás identificado más de lo que espero.

Desde que me hicieron subir junto al señor Sanders al auto policial y me llevaron a declarar cómo ocurrió la muerte de mi madre teniendo solo doce años, supe que debía idear un plan. Lo supe también cuando me llevaron a ese lugar de acogida, mientras intentaban comunicarse con mi aparentemente inexistente padre; lo supe días después cuando los Sanders llegaron por mi y me preguntaron si quería quedarme con ellos, a lo que claramente acepte, porque en mi mente infantil era más acertado quedarme con conocidos que con extraños; y lo supe también cuando no quise cambiar mi apellido por el de los Sanders, porque no quería dejar atrás a mi madre y aquello le trajo problemas a mis nuevos cuidadores.

Yo, Rachelle Brooks, desde mis doce años comencé a idear planes para vivir mi vida de acuerdo a lo que quería alcanzar en el momento, porque sabía que si no planeaba mis cosas, podía quedarme sin alcanzar nada.

Cinco años después, había un plan que aún no había podido completar y que anhelaba con mi vida conseguir. Plan que no esperaba que se viera afectado, al menos no hasta que Evans Sanders llegó.

El Error En El Plan De RachelleWhere stories live. Discover now