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Una semana después

Alex:

El sol pegaba en la casa, papá y yo tomábamos desayuno, ambos comíamos fresas en las mañanas, podíamos pasar días completos así. Estaba nerviosa, en toda la semana ya había recibido unas 90 llamadas perdidas de mamá y el miedo de contestarle me ganaba. Decirle a papá era mi única alternativa.

— Mamá me ha llamado toda la semana— hablé sin pensar en mis palabras.

Papá dejó las frutillas y la leche y me miró con los ojos bien abiertos.

— ¡Qué!— exclamó como si aquello fuera lo peor del mundo.

— Sí, me llamó, ella sabe mi número, no sé por qué...pero no le he contestado— Miré hacia mi plato con cereales.

— Iremos ahora mismo por un nuevo número de teléfono. Ni ella, ni el hijo de perra de Bill van a volver a verte— Papá me miró serio— Ahora sólo eres hija mía, ¿lo sabes, verdad?— papá me tomó de las manos.

— Sí, papá— lo miré nerviosa— Yo, yo no quiero tener contacto con ella.

— Hija, por algo estamos viviendo acá, ella no sabe nada de nosotros, lo que te hizo fue horrible, no merece nada de ti.

— Sí lo sé, por eso no contesto sus mensajes. Ella ya me dañó demasiado.

— No puedo creer que ese hijo de perra esté libre— Papá odiaba a Bill incluso más que yo.

— Mamá nunca fue capaz de dejarlo— Hablé serena, como si aquel tema ya fuera superado.

— Te amo, eres por lo que vivo y lo sabes.— Julian acarició mi rostro.

— Te amo, papi— le sonreí.

Los minutos pasaron lento en el desayuno, las mañanas en casa eran mágicas, sobre todo por el mar que nos observaba en todo momento. Papá era biólogo marino y trabajaba en el acuario de Fairhope, Alabama. Toda nuestra casa tenía cuadros de ballenas, delfines, orcas, peces y cosas de ese estilo. Incluso nuestros cojines eran de buscando a Nemo, Eddie siempre se reía de aquello, pero sabía que le encantaba.

— ¿Viene Eddie?— Papá me preguntó antes de irse al trabajo.

— No lo sé, quizás sí, o quizás no— reí.

— Me avisas si viene, así le dices que se quede a cenar. Llegaré con pizza— papá me sonrió.

— Claro que sí— me hacía feliz pensar que papá en el fondo sí quería a Eddie, porque sabía lo mucho que él me había ayudado.

La tarde transcurrió de forma normal, hasta que sentí el timbre de la casa. Siempre sentí miedo al quedarme sola, tenía mis traumas de la infancia que me hacían temer del mundo exterior.

Caminé lento hacia la puerta, y sin darle más rodeos al asunto, la abrí. Me calmó el hecho de que Eddie era quien había tocado la puerta, le sonreí y lo abracé.

— Me asusté, no me avisaste que vendrías— Le sonreí.

— Perdón amor, no quise asustarte— Eddie acarició mi rostro.

— Está bien, pasa...— Él  entró y me senté a su lado, en esos sofás con las almohadas de buscando a Nemo.

— Pensé que no nos veríamos— Le sonreí— Me alegra que vengas.

— Estaba solo en casa, además, adoro estar contigo— Eddie se lanzó hacia mí y comenzó a hacerme cosquillas.

— ¿Por qué eres tan lindo conmigo?—Le pregunté, con una sonrisa en mi rostro.

The unforgiven (Eddie Munson) Historia corta TERMINADA ✔️Where stories live. Discover now