8

30 2 0
                                    

STEVEN

Lancé mi lápiz amarillo favorito sobre el escritorio porque no me apetecía continuar redactando aquel texto argumentativo. Desde que llegué de la universidad, no he apartado la vista de la pantalla de mi laptop y pocas palabras habían fluido. Mi trabajo de la primera unidad estaba congelado en el documento Word, hecho a medias, burlándose de mí. Sentía mi cabeza a punto de explotar y ya ni el café me ayudaba a tolerar el sueño. Eran más de las cinco de la tarde, pero mi cuerpo ya amenazaba con tumbarse sobre la cama y darse un pequeño descanso. No. Necesitaba continuar, daba igual otra noche sin conciliar el sueño. No sería algo que no hubiese hecho antes.

Me distraje un rato en la cocina y me preparé un poco más de café para volver con más energía, lo cual se estaba convirtiendo en parte de mi rutina. Pasó una media hora hasta que logré terminar otro párrafo y de nuevo me sentí agotado. Saqué una de las pastillas para el dolor de cabeza que tenía guardadas en el cajón junto con las pastillas para dormir, pero un detestable olor se penetró en mi habitación y me impidió continuar. Era imposible que proviniera de casa... La cocina no estaba en uso y no teníamos tantos cables conectados, porque aún seguíamos tratando de ordenar los muebles y aparatos electrónicos. Tenía que proceder de otra parte.

En cuestión de minutos escuché gritos y murmullos en el exterior y poco a poco el olor fue tornándose más desagradable, así que me dirigí hacia el ventanal. Abrí las nuevas cortinas que me obstaculizaban la vista y contemplé el terrible escenario. Ya no había una casa modesta con un letrero en la puerta que invitaba a las personas a pasar, solo fuego que no dejaba de incrementarse ante el roce con el viento.

Vi salir a Miguel, usando sus típicas prendas que ahora estaban algo grisáceas mientras sostenía unas cajas. Me estremecí cuando lo vi ingresar otra vez a pesar del humo que estarían invadiendo sus pulmones. Aquello me hizo actuar.

En cuestión de segundos salí de casa por la reja principal, sin molestarme en cerrarla, y me acerqué a la escena. La calle estaba infestada de personas que me obstaculizaban el paso.

¡Llamen a los bomberos!gritó un hombre de mediana edad entre la multitud.

Vi salir otra vez a mi hermano, esta vez en compañía de la mujer con la que supuse que trabajaba. Ambos llevaban más cajas repletas de cosas entre sus brazos.

¡Miguel! —traté de sobrepasar a la multitud.

Él me observó. La angustia y el miedo consumiendo sus ojos. Éramos el centro de atención de todos.

—Ayúdame, por favor... suplicó con la respiración agitada, cogiéndome de ambos hombros con desesperación.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Está ardiendo allí dentro! —Me solté de su agarre y tosí bajo el brazo con el que trataba de cubrir la mitad de mi rostro.

—Es la casa de Regina y Edith. No tienen nada, ni a nadie —Su vista empezó a nublarse —. Tengo que rescatar todo lo posible. 

Saqué el teléfono de mi pantalón y marqué el número de la estación de bomberos con desesperación mientras me desabrochaba los primeros botones de mi camisa. El ambiente era sofocador.

Como una danza desastrosa, las llamas se elevaron hacia el segundo piso, y sentí miedo. Tuvimos que esperar quince eternos minutos hasta que un camión rojo llegó y apartó al grupo de personas alrededor. Desenrollaron una gruesa manguera del camión y el agua empezó a caer sobre las insaciables llamas que al principio se negaban a desaparecer. A tal paso, convirtieron el color crema de las paredes a uno casi grisáceo, y aquella habitación en la que había visto a Edith... Ya no se veía igual.

La mujer de la larga trenza se sentó sobre la vereda con la mirada perdida. Casi podía observar el fuego a través de sus pupilas.

Quedaron algunas cenizas alrededor y el humo aún seguía disipándose por el ambiente. Me reposé sobre un muro para asimilar lo que había sucedido mientras trataba de contactarme con mis padres por teléfono. Les comentaría brevemente lo sucedido para que no se alertaran demasiado al llegar.

Con el timbre de la llamada disturbando mi oído, vi una silueta que trataba de sobrepasar con prisa a la multitud. La reconocí al instante, era Edith. La persona que vi hace un par de días, bailando y saltando dentro de su habitación, la cual casi habría desaparecido si no hubiera acudido a los bomberos a tiempo. Vi como aquella chica, llena de tanto carisma que yo no podía comprender, se desplomó entre los brazos de quién parecía ser algún amigo suyo.

Me partí al ver todo ese caos.

Juntos hacia el solWhere stories live. Discover now