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EDITH

Los brazos de Steven se convirtieron en un refugio, uno mucho más fuerte que un roble o un techo de piedra. No recordaba el momento en que mis sentidos habían empezado a confiar plenamente en sus brazos, pero estaba agradecida. Habría sido un momento aún más perfecto si el tonto de Jorge no lo hubiese interrumpido con su zambullida a la piscina, la cual nos dejó a Steven y a mí empapados.

-¡Lo siento! -exclamó con el cabello mojado cubriendo su rostro.

Estaba tan indignada por haber arruinado nuestro momento que no dejaría pasar por desapercibida la travesura de Jorge.

-¿Me disculpas un momento? -pregunté en dirección a Steven.

-No fue para tanto, Edith -dijo él tratando de calmarme.

Me levanté, ignorando sus palabras. Me quité por encima el vestido que llevaba y me lancé a la piscina sin pensar en donde iba a caer. Fue tan liberador sentir la frescura del agua. Había pasado meses encadenada a la monotonía entre mi habitación y las aulas de la universidad, que algo tan simple como esto parecía ser la experiencia más sensacional de mi vida. Mi furia se desvaneció y me permití disfrutar de la compañía. Me acerqué a mis amigos, quienes estaban repartiendo bebidas energizantes. Tomé la mitad de la bebida en un sorbo cuando alguien me la arrebató de las manos. Steven se sentó en el borde y tomó un sorbo de la misma lata.

-No tomes demasiado. Puede ser dañino -me advirtió.

-Soy más fuerte que una bebida energizante, Steven.

Jorge rio ante mis palabras.

-¿Qué dices? Si una vez te desmallaste por beber dos latas.

-Si hubieses hecho tu tarea en lugar de salir con tus amigos nos hubiésemos ahorrado el susto.

Quise continuar debatiendo, pero de pronto Steven se introdujo en la piscina de un pequeño salto. Estando parado, el agua le llegaba hasta el abdomen y lo envidié por ser tan alto. Me acerqué a él y lo rodeé con mis brazos por la cintura.

-Deberíamos ser más discretos.

-¿Vas a rechazar mis abrazos? -dramaticé.

Steven miró a su alrededor antes de corresponderme.

-No quería que te sintieras así.

-Solo estaba bromeando. Nadie tiene por qué saberlo aún...

-¿Sabes qué? Me da igual. -Se agachó para plantarme un beso en la frente, en la barbilla y luego sobre la comisura de mi labio superior. Ambas de sus manos sostenían mis mejillas-. No puedo resistirme.

Las risas siguieron hasta que Miguel nos llamó para degustar la preparación de su barbacoa, y continuaron durante el día entero incluso después de haber pasado la tarde jugando en la cancha de deporte hasta que todos estuvieron extremadamente cansados. A pesar de que el señor Antonio pareció ser el menos entusiasmado, no había podido resistirse a una partida de ping pon con su hermano. Margaret y Melissa habían pasado las horas recostadas en las hamacas con copas de mojito. No dejaron de charlar ni por un segundo.

Ahora todos estaban reunidos alrededor de calor de la fogata a altas horas de la noche, menos los padres de Steven y los de Luis, quienes decidieron descansar temprano.

Las once de la noche se aproximaba.

-Edith, ¿te parece si a la media noche nos vemos aquí? -propuso Steven, quién estaba a mi lado con una simple camisa blanca que no parecía cubrirle del frío.

-Claro. -Le di un abrazo y me levanté del tronco de madera sobre el que estaba sentada-. Iré a tomar un baño antes -dije tratando de ocultar mi emoción.

Juntos hacia el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora