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STEVEN

Dos días pasaron desde la última vez que vi a Edith. La única compañía que tenía era la de Luis, ya que ni siquiera mi hermano ha podido visitarme o pasar un rato por casa. Y después de tantos años acostumbrado a la comodidad y el silencio de mi habitación, lo único que deseaba era no sentirme solo, porque eran los momentos en donde los recuerdos de las peleas con mi padre me consumían. No podía evitar mirar las pastillas en mi cajón ¿Y si tomaba unas dos o tres en la noche? Detestaba tener que esperar tanto para conciliar el sueño.

Deseché aquellos pensamientos a medida que llegaba a la casa de Sheila para cuidar a Lili. Toda la familia ya se había acostumbrado a mi presencia y sonreían al verme, momento el cual se había convertido en mi favorito de la semana, pues ya no estaba atado a la rutina que llevaba en casa de mis padres. Odiaba darme cuenta de que esas paredes rojas en las que una vez fui feliz, ahora solo me generasen dolor. No importa que tan limpia o bien cuidada este, ni los muebles caros, el piso brillante o los jarrones carísimos que lo decoraban. Nada de eso tenía valor. Todo se sentía vacío.

Muy diferente a lo que la casa de Sheila me transmitía. Ver a Marco dibujar, a Mateo frustrarse porque no le salían los ejercicios de matemática o a Lili intentando impresionarme con sus habilidades de canto me daba vida. No era el lugar lo que daba valor a un momento, sino las personas y en lo que ellos lo convertían.

-Steven, Mérida se siente triste -dijo Lili recostada sobre el sofá con una manta azul cubriéndola del frío.

¿Ah sí? ¿Por qué?

-Es que terminó con David. -Me señaló otro de sus peluches, que tenía forma de elefante. Tenía tantos esparcidos por la sala que constantemente me olvidaba de sus nombres.

-Debe ser duro.

-Ten. -Me acercó a la coneja-. Deberías pasar tiempo con ella para que se sienta feliz. Aunque... Edith se enojaría mucho.

Los sentimientos que creía haber superado se despertaron cuando Lili pronunció aquel nombre.

-¿Por qué lo haría?

-Porque Edith es tu enamorada.

Esas palabras fueron un golpe inesperado. Ni siquiera tenía idea de lo que Edith y yo éramos. No habíamos terminado, pero ¿seguíamos juntos?

-No. Edith no es mi enamorada.

Sus ojos se entristecieron, como si la hubiese decepcionado. Agarró a su peluche y se dio la vuelta, evitando mi mirada.

-No te creo.

-Quisiera no creerme.

La siguiente hora Lili se la pasó enojada conmigo por no darle la respuesta que quería, pero no podía mentirle. Para recompensarla, hice que todos vieran su película favorita en el viejo televisor. No era de la mejor calidad, pero los entretenía. Todos reían mientras yo leía concentrado en el sofá.

Por un momento, Lili dejó las cómodas sábanas que la abrigaban para acercarse a mí.

-Lili, cúbrete con la manta. Te vas a resfriar.

Ella me ignoró y se sentó encima mío. Me cubrió el torso con un pequeño abrazo y yo tuve que arroparla para que no se cayera.

Nunca creí ser bueno con los niños. Desde pequeño me había metido en la cabeza que sería un mal padre al igual que el que tuve. Sin querer me había puesto una etiqueta que aquellos hermanos fueron quitando poco a poco.

-Tengo sueño. Llévame a la cama, Steven.

Lili era la niña más caprichosa que había conocido, pero acaté sus órdenes. La llevé a su habitación y la cubrí lo suficiente para que no pasara frío. Me comentó que le dolía la cabeza y le di las pastillas que Sheila me había encomendado junto con su yogurt favorito de fresa.

-Gracias, Steven.

-Para eso estoy.

Sabía que le dolía el cuerpo y que apenas era capaz de mantenerse de pie, pero ella sonreía. Alguien sonreía por mí.

-No pareces muy feliz -dijo antes de que me saliera de su habitación-. Edith tampoco lo estaba cuando venía. ¿Qué les sucede a todos? ¿Acaso los enfermé?

-No pienses eso, Lili. Supongo que no lo hemos sido felices desde hace mucho tiempo, y puede que a veces sea normal.

-¿Yo también estaré triste cuando tenga tu edad?

Lo pensé por unos momentos. Quisiera mentirle y decirle que su vida estaría llena de felicidad, ponis y arcoíris por todas partes; pero esa no era la realidad. De nadie.

Es probable, Lili, pero trata de siempre sonreír. Así fue como alguien logró hacerme feliz.

Juntos hacia el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora