86

2 1 0
                                    

STEVEN

Los demás continuaron bailando hasta la media noche. Por mi parte, pasé la última hora del concierto cenando una porción de papas en un puesto de comida, porque eso de moverme en el escenario nunca había sido lo mío. Además, ya estaba demasiado cansado y lo único que quería era volver a mi habitación, o al menos dejar a cada uno en casa para quedarme con Edith para conversar, tararear canciones o ir a comer algo más agradable en alguna parte. Ciertamente, el momento con ella en mi auto me había dejado inquieto. Hace unas horas habíamos estado revolcándonos como unos torpes. Durante el retorno no dejé de pensar en ello, pero logré mantener la calma.

Grande fue mi sorpresa al notar que ninguno se encontraba cansado. Me obligaron a poner canciones que desconocía en la radio y el bullicio no hacía más que extenderse. Cuando estaba por estacionarme frente a la casa de Sheila, ella nos invitó a entrar para pasar el rato. Eran a penas las dos de la mañana, por lo que para mí desencanto, todos estuvieron de acuerdo. Con las piernas temblando, producto de malas copas, todos ingresaron y se arroparon en los muebles de la sala; Edith y yo tuvimos que poner orden en el lugar para que no causaran un desastre.

Pequeño detalle: no lo logramos.

-No hagan ruido, babosos -exclamó Sheila, quién parecía recobrar un poco la cordura-. Mis hermanos han de estar durmiendo.

-Tú nos invitaste aquí -respondió Luis, cuya camiseta favorita estaba empapada de algún líquido azul.

-¿Eso hice?

Todo fue risas y anécdotas con Girls just wanna have fun de fondo, canción que Sheila no dejaba de reproducir una y otra vez, hasta que se escuchó el timbre de la puerta. Cada uno se miró entre sí, con evidente confusión, pues no esperábamos a nadie más y mucho menos a estas horas de la madrugada. El alboroto cesó y Sheila se dirigió hacia la puerta, planchando la tela de sus jeans con las manos. Cuando giró la manija, se detuvo en seco y se volteó para observarnos.

-¿Por qué no abres la puerta? -inquirió Luis.

Pero ella no respondió. Se quedó estática, como si estuviese tratando de recordar algo. Entonces, la voz al otro lado se apresuró.

-¿Hay alguien allí? ¡Ábranme!

Luis palideció. El vaso que tenía agarrado en su mano dominante cayó, haciendo del momento más tenso. Edith y yo también nos miramos porque reconocimos la voz de aquella persona. Mal momento para su presencia. Brian entró, con una botella de vino en mano y con su vieja guitarra colgando en su espalda. Él también parecía incómodo.

-¡Hola, Brian! No te esperábamos aquí -Sheila le dio un empujón con el codo, nerviosa.

Pero si tú me pediste que viniera. -Nos saludó a todos con un asentamiento de cabeza, pero fue notorio cuando sus ojos se clavaron en los de mi primo-. Y, ¿qué tal les va?

Sheila se lamentaba con el rostro.

Tuvimos que acoplarlo en la conversación porque por más que ya no saliera con Luis, la amistad seguía prevaleciendo entre nosotros; así que se sentó al lado de Jorge y dejó la botella en medio de la mesa, mostrando una sonrisa forzada. Por defecto, mi primo no estaba siendo de mucho apoyo para que el ambiente sea más ameno. Empezó a actuar como un vergonzoso, y en el estado que se encontraba, no actuaba con claridad.

Recogió el vaso que había dejado caer sobre el suelo y se fue a la cocina para evitar la incómoda situación. Sheila le siguió el camino y los vi conversar por unos minutos. Cuando volvieron, las canciones de los ochenta continuaron. Brian abrió el frasco de vino y nos lo sirvió a todos en unas copas que Sheila había traído. Cuando Luis regresó se sentó a mi derecha, lo más alejado de la persona con la que hace cuestión de semanas había sido inseparable.

-Sheila y Jorge lo invitaron cuando estaban en plena borrachera -murmuró, con la voz apagada.

-Vaya mierda.

Por otra parte, Edith estaba tan cansada que optó por acurrucarse sobre mi pecho, aún un poco consciente. Yo la rodeé con mi brazo y la apegué más a mí. Se veía tan tierna con esas mejillas rosadas y sus labios perfectos de los que rebozaba unas gotas de vino.

-Quisiera que nos tocaras una canción... -dijo ella en un susurro que todos alcanzaron a escuchar.

-Oye, hermano, toca algo -le sugirió Jorge a Brian, en vista de que había traído consigo su guitarra.

Al principio se negó, pero luego nos informó con cierta timidez que había escrito una canción, lo cual todos elogiaron. Apagaron la radio y Brian sostuvo la guitarra sobre su regazo, con el dibujo de Luis aún vigente sobre ella. Pude notar cómo él lo miraba impaciente. Estaba seguro de que mi primo anhelaba oír su voz siguiendo los acordes. Se habría separado de Brian, pero el corazón seguía apegado a su música. Era un hilo que nunca podría romper.

-Quisiera sacar mi primer álbum completo -miró fijamente a Luis -. Entonces decidí escribir esta canción como tema principal. La llamé: ¿Dónde está el corazón?

La melodía empezó suave, pero se volvió más movida cuando llegó al coro, despertando miles de sensaciones en nosotros. Fue muy diferente a lo que él solía escribir, y eso que yo conocía de memoria cada una de sus canciones. Pero me quedé más conmocionado con la expresión en su rostro mientras la cantaba. No debí hacerme ideas en la cabeza, pero estaba seguro de que la canción estaba inspirada en Luis.

Antes de que alguien pudiera comentar algo, mi primo se levantó de su asiento y abrazó a Brian. Se quedaron en esa posición por lo que pareció una eternidad, mientras los demás aplaudíamos y Sheila lloraba.

Luego de que se besaran frente a todos nosotros, supe que no volverían a separarse nunca.




Un enorme camión se había estacionado frente al departamento de Miguel. El fin de semana dejaría la ciudad, el lugar donde habíamos crecido juntos, y aunque no lo admitiera delante de él, yo estaba triste y desconsolado. Aquellos pensamientos los había compartido con Edith, a pesar de que en cuestión de meses yo atravesaría lo mismo con su despedida, pero con ella no había lugar para la dolencia. Incluso ahora, que me encontraba al lado suyo empaquetando un par de cajas con cinta adhesiva, solo nos sacaba carcajadas tanto a mí como a mi hermano y a su pareja, quién luego se dispuso a contarnos un poco sobre su vida en Lima.

Ya todo el equipamiento había sido embarcado por el camión cuando la noche nos tomó por sorpresa. Las pertenencias de Miguel llegarían a la capital al día siguiente y él pasaría su última noche a dormir en la casa de mi abuelo, no sin antes visitar a mi padre en la casa de campo, donde se estaba quedando a dormir desde hace varias semanas.

Lo que alguna vez fue una familia unida sellaría un adiós cuando el sol volviera a salir, y yo no estaba preparado.

Me había quedado observando el recorrido del remolque mientras los demás conversaban entre sí. Paola pareció percatarse de mi ausencia en su diálogo y me tomó del hombro por sorpresa, aunque ya había percatado su cercanía debido al ferviente olor a vainilla que esparcía su cabello.

-Tu hermano tiene grandes planes. -Lo observó por el rabillo del ojo-. Corrección: tenemos grandes planes.

-Me alegra.

-Lo supongo, pero pareces muy desanimado.

No tenía ganas de continuar la conversación, pero su voz era amena y cordial, por lo que no me causaba incomodidad del todo. Vi su tatuaje compartido en la muñeca: un atrapasueños. Pensé en los sueños que de seguro ellos habían planificado con tanta emoción. Y es que cuando se trata de sueños uno solo piensa con ilusión, esperanza: era aquello lo que nos mantenía vivos. A fin de cuentas, cada uno recorre su propio sendero y era imposible que el de todas las personas que quería fueran el mismo o mucho menos que llegaran al mismo lugar. Aquello no debería ser triste. No lo era.

-Tranquila, estoy realmente feliz.

Después de tantos años pude sentirlo por un instante.

Juntos hacia el solOnde histórias criam vida. Descubra agora