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EDITH

Steven se estacionó frente a un departamento grisáceo de siete pisos al cual nos permitieron ingresar con excusa de visita. Ambos subimos las astilladas escaleras de madera entre pasos incómodos debido a la escena que tuvimos en el parque de atracciones, ese contacto suyo que seguía latente en mi piel.

En la puerta nos recibió Jorge, con la misma exaltación que mostró durante la llamada, ya que había ido a casa de Sheila en favor de cuidar a sus hermanos menores. Sin embargo, él tenía que ir a una entrevista de trabajo y no podía quedarse por mucho tiempo, por la que no tuvo otra opción que llamar a su fiel hada madrina.

-Sheila no regresará hasta dentro de una hora por prácticas en la universidad -dijo agachado sobre el piso que estaba repleto de juguetes. Buscaba algo debajo del sillón-. ¿Dónde dejé mi billetera?

-No te preocupes. Steven y yo nos haremos cargo.

-Te debo una, Edith. -Revolvió mi cabello luego de encontrar su billetera bajo el sofá y se dirigió hacia la puerta mientras arreglaba los botones de su camisa-. A ti también, amigo de Edith.

Tras intercambiar una mirada confusa con Steven, me concentré a detalle en el ambiente y en las personas allí dentro. Era un piso pequeño donde los muebles se peleaban por acarrear un poco de espacio. Frente a la encimera de la cocina estaba sentado un niño pequeño de un precioso cabello oscuro y bien peinado, quién parecía estar estudiando. Sobre la alfombra, se encontraba una niña, mucho más pequeña de cabello ondulado al igual que Sheila. Tenía muchos peluches a su alrededor.

-No hagas bulla, Liliana. Estoy tratando de estudiar -dijo entre dientes mientras mordía su lápiz.

-Nadie te invitó a mi concierto. -La pequeña le hizo unas muecas con el rostro y empezó a cantar en voz más alta una canción con letra indescifrable.

-¿Ustedes quiénes son? ¿Dónde está Shei? -El pequeño apartó la vista de su libro con fórmulas matemáticas en su portada y nos miró con incredulidad-. No debo confiar en extraños. Seguro son igual de tontos que su enamorado. Yo me marcho. -Recogió sus libros y fue en camino a una de las habitaciones.

-Me cae bien -dijo Steven, apoyado contra la pared y con las manos dentro de sus bolsillos. Tan perfecto y elegante aún con la camisa arrugada.

-Me gusta tu ropa -comentó Lili en mi dirección y dio una vuelta sobre sí misma.

Gracias -asentí-. Es lo que uso siempre en el trabajo.

Steven rio por lo bajo y se sentó en el mueble con cansancio.

-¿Qué se supone que tenemos que hacer? -dije tras sentarme a su lado-. No sé nada respecto a cuidar niños. Soy hija única.

-Y yo soy el menor.

Ambos nos miramos y reímos.

Me gustaba verlo reír tan despreocupado. Hace un mes no me imaginaría que el fuese capaz de sonreír, pero lo vi: sus hoyuelos marcados, sus labios extendidos...

Tuvimos una pelea de miradas hasta que el mismo niño volvió a salir de la habitación, pero con un atuendo de ropa diferente y unas botellas de pinturas entre brazos.

-¡Marco! ¡Te perdiste el mejor de mis conciertos! -Mariana se agachó y sostuvo un peluche de conejo-. Incluso a Alice le fascinó... A nuestros invitados también.

Marco solo asintió y se recostó sobre el suelo. Ignorando la ropa que llevaba, ahora brillante y colorida, parecía muy diferente a como lo había visto hace unos minutos; pero ignoré mis supersticiones.

Me distraje observando a detalle algunos manchones y pintura desgastada sobre las paredes, también había dibujos en papel pegados con la firma de M. Gonzales; entre ellos: robots, flores, un hermoso amanecer, incluso el rostro de Sheila cuando solía tener el cabello castaño. Steven también pareció darse cuenta.

-Es bueno en matemáticas. -Me dirigí hacia Steven, señalándole las paredes-. Y además dibuja hermoso. Siento tanta envidia.

-Edith, creo que...

Un rostro idéntico intervino en el salón y mis ojos quedaron abiertos por la impresión. Mariana mostró una sonrisa juguetona, se acercó a mí y me llevo de la mano hacia ambos hermanos.

-Ellos son Marco y Mateo.



Steven se ofreció a ordenar una pizza de pepperoni para la cena y pasamos la hora conociendo a los hermanos menores de Sheila. No fue necesario hacer alguna pregunta, ya que entre los tres hablaban sin freno alguno, especialmente Lili, quién comentó su pasión por la música; y Mateo, quien, a pesar de sentirse disgustado, no pudo pasar la oportunidad de explicar su interés en la ciencia a su corta edad de nueve años; Marco, en cambio, se comportó algo ausente. Yo andaba distraída en encontrar alguna forma de diferenciarlo físicamente de Mateo, que no fuese por el lunar en el rabillo de su ojo derecho.

Tratamos de llevarlos a su habitación compartida para que durmieran antes de que Sheila llegara, pero Marco insistió en que no tenía sueño y Steven, quién logró ganar su confianza en la cena, le permitió pintar un rato en la mesa de la sala mientras él lavaba los platos.

-¿Qué piensas dibujar? -pregunté con entusiasmo al acercarme hacia el pequeño.

-No tengo idea. No puedo hacerlo. -Se cruzó de brazos y escondió su cabeza entre ellos.

Me entristeció verlo de aquella manera. Supuse que por eso parecía perdido: no tenía inspiración.

-Supongo que llevas días así. -Me senté a su lado sobre el piso y adopté su postura mientras lo observaba-. Durante la cena no parecías tan entusiasmado.

-Da igual. Soy muy tonto. Pero me alegro de que te hayas dado cuenta. Al menos alguien se fijó en mí.

-¿Por qué no habría de hacerlo?

-¿No es obvio?

-Trato de entender, pero soy muy tonta.

-Tú no eres tonta. -Levantó su cabeza y me miró, revelando una sonrisa ante mi comentario.

-Y tú tampoco.

Jugueteó con su pincel en manos mientras observaba la hoja en blanco.

-Solo quisiera ser bueno en la escuela. O al menos parecerme un poco a mi hermano.

-Pues, ustedes son idénticos ¿Entiendes? Porque son gemelos...

-No hagas que me arrepienta de lo que te dije.

-Sí. Lo siento.

Marco se mostró transparente ante mí, aunque me dolía la opinión que tenía sobre sí mismo. Se sentía inferior, casi invisible para todos en la escuela. Una de las peores sensaciones que un niño de primaria podría experimentar. Todo aquello lo desmotivó, porque a pesar de que trataba de sobresalir por sus increíbles dotes artísticos, había otras luces que parecían opacarlo. Y al estudiar en un instituto donde la creatividad de los alumnos es retraída, lo hacía más dificultoso.

-Eres idéntico a mí, Marco.

-Estás mintiendo para que me sienta mejor -dijo con indiferencia.

-Claro que no. Antes no dejaba de sentirme inferior a todos en la secundaria, e incluso en la universidad.

-No puedo evitarlo.

-Cuando estás manejando un auto, mirar a ambos lados en la carretera constantemente te puede desviar, y entonces terminas perdiéndote en tu propio camino.

-¿Estás diciendo que no mire a ambos lados antes de cruzar la calle?

-Creo que no nos estamos entendiendo.

Marco, tras unos segundos de abrió el bote de color amarillo y trazó un círculo en el centro.

-Buena idea... -Cogí un pincel y lo vertí levemente en el color naranja con la idea de contornear los bordes-. ¿Me permites?

Marco parecía combinar diferentes colores y verter cada una de las mixturas en diferentes frascos.

-Eres un sol, Marco. Todos lo somos para alguien.

Juntos hacia el solWhere stories live. Discover now