41

20 3 0
                                    

STEVEN

Antes de haber llegado al departamento me incomodó la idea de hacer un pesado favor a una persona que no conocía, pero el pasar tiempo con los niños me reconfortó un poco. Era indescriptible lo que sentía al verlos tan felices. Un poco de envidia me invadía por la soledad que tuve que atravesar cuando era demasiado joven, a diferencia de aquellos hermanos. Ellos siempre se tendrían el uno a otro. Me alegraba que fueran tan felices. Incluso podrían dominar el mundo si lo deseasen.

Contemplaba a Edith dibujar con el pequeño hermano de Sheila mientras yo, con el cuerpo agotado, botaba los residuos de la cena a la basura. Eran inevitables las ganas que tenía de volver a casa, solo porque sabía que volvería con ella, la única persona con la que quería estar.

Con paso nervioso, me dirigí hacia el sillón ubicado frente a la mesa donde Edith y Marco estaban pintando, ambos como dos niños pequeños; pero de un fuerte empujón se abrió la puerta principal, revelando el rostro preocupado de Sheila. Ella corrió despavorida hacia su hermano. Fue notoria la preocupación que llevaba cargada por su demora y no tardó en mostrarse agradecida hacia nosotros por haberle brindado nuestra ayuda.

-Entré en pánico cuando Jorge me dijo que ustedes dos estaban aquí. No es que no confíe en sus habilidades para tratar con niños, pero... Olvídenlo -dijo mientras se despojaba de su cartera y cuadernos que llevaba en mano-. Enserio les debo una por tantas molestias.

No pasó mucho tiempo hasta que Edith y yo salimos de aquel departamento con paso ligero y silencioso. Después de ingresar al auto, ella no tardó mucho en quedarse dormida tras comentar su cansancio, así que manejé en silencio al ritmo de las gotas de agua que las nubes en el cielo habían comenzado a liberar. No pude evitar acomodar su desordenado cabello dos o tres veces durante el camino a casa.

Guardé el auto en la cochera y traté de despertar a Edith mientras esperaba el desenlace de la lluvia. No fue muy difícil despertarla, ya que sabía que solía tener sueños muy ligeros.

-¿Qué? ¿Me dormí? No puede ser... -Dio un leve bostezo -. No quería que el día acabara.

Ambos bajamos del auto y nos dirigimos a la puerta. Ella iba caminando demasiado lento y con los ojos casi cerrados por el sueño.

-Espera. -La detuve con mi voz-. Hoy... La vista en la cima del cielo fue... hermosa. -Posé mi mano sobre su hombro para que estuviese firme y la acerqué hacia mí antes de que abriera la puerta-. Enserio te agradezco, Edith... por todo. -Besé su frente y la sentí temblar ante el contacto.

Me causó gracia cómo trataba de mirarme, y al mismo tiempo, apartar su vista de mí.

-Nunca creí que tú... -susurró cerca a mis labios con la mirada despierta-, la persona más seria y reservada que creí haber conocido, sería en su interior tan dulce. ¿Qué te hizo cambiar de repente?

Tenía la respuesta, pero mis labios eran difíciles de abrir cuando de sentimientos se trataba.

-Siento que no merezco tanto afecto tuyo. No soy tan especial, Steven -continuó en un susurro.

Me separé de ella, aún sin responder, y metí la llave en el cerrojo, pensando en los miles de argumentos que tenía para contradecir lo que acababa de decir. Ella me tomó del brazo, ansiosa por mi respuesta.

-Yo soy el que no merece tanto, Edith.

Para mi mala suerte, el ceño fruncido de mi padre nos sorprendió en la sala, junto con el montón de papeleo del trabajo que siempre lo acompañaba con lealtad a donde sea que estuviese. En aquel momento no pude descifrar el significado de su mirada ¿Enojo? ¿Indiferencia? No sabía qué decir para averiguarlo.

-Buenas noches, señor Antonio -dijo Edith con prisa y nerviosa-. Lamentamos la tardanza, pero le avisamos a Margaret que llegaríamos algo tarde por...

-Edith, si no te molesta, me gustaría conversar con mi hijo. -Dio un sorbe lento a su bebida caliente-. A solas.

Me enfureció que las frías palabras de mi padre la atacaran, como si tuviera el poder suficiente para decirle qué hacer. Estaba seguro de que ella no se esperaba una reacción tan grotesca por parte de él.

Edith obedeció sus órdenes y fue en dirección a su habitación, sin antes dirigirme una mirada preocupada. Traté de hacerle saber que todo estaría bien, pero ni siquiera yo lo sabía. Ante el silencio incómodo, me senté en el sillón frente a él mientras esperaba llegar primero sus palabras.

-Otra vez tarde, Steven...

-La amiga de Edith necesitaba ayuda y ella me pidió que la llevara. Yo solo acepté con gusto.

-Entiendo. -Revisó el reloj de mano que llevaba y volvió su mirada a la mía-. ¿Cuántos favores te lleva pidiendo?

No se atrevió a...

-¿Qué estás insinuando? -cuestioné con el tono de voz elevado.

No me gustaba el camino que estaba llevando nuestra conversación.

-¿Qué quieres que sospeche, Steven? Entiendo que ya seas casi un adulto y tengas derecho a tomar tus propias decisiones, pero no puedo permitir que aquello afecte a tus calificaciones, o que las personas intenten aprovecharse de ti -El tono de su voz elevaba con cada palabra-. Recuerda que soy yo el que paga tus estudios.

-Lo sé. No me está yendo mal.

Él tenía el poder de enfurecerme más y más con cada palabra.

-Tan solo falta un año para que te gradúes. Es ahora cuanto más esfuerzo tienes que poner. -Se levantó de golpe y dio vueltas por la sala-. Si tan solo no hubieses sido tan inconsciente al igual que tu primo, te faltaría menos tiempo...

Retuve las ganas de confrontarlo. Aquello era un tema que no me apetecía recordar.

-Padre, si me pasó todos los días fuera de casa es por motivos académicos. Creí que eso había quedado claro. Edith no tiene nada que ver en esto.

Acarició su barbilla con sutileza. Él no confiaba en mí, y no podía culparlo. Tratar de justificar mi trabajo con proyectos de la universidad no estaba funcionando y el posible resultado de tantas mentiras me aterraba. Me prometí a mí mismo ser más cauteloso. Con algo de suerte, en un par de meses no estaría tan enojado y podría confesarle todo con tranquilidad.

-Confiaré en ti, Steven.

No fui capaz de agradecerle, pues sabía que no merecía su confianza después de tantas mentiras acumuladas y, sobre todo, por el abominable acto de irrespeto que cometí la semana pasada al intentar confrontarlo. Era consciente de que no había actuado de la mejor manera y esa culpabilidad me golpeaba desprevenido; pero luego recordaba la furia de su mano sobre mí y todos los años en los que viví intimidado y...

Todos los buenos momentos con los que Edith había alegrado mi día se desvanecieron tras terminar aquella conversación. Ya no quedaba nada. Me levanté al paso en que la tranquilidad se esfumó para poder pensar con claridad en el silencio de mi habitación. Una vez arriba, noté que la puerta de la pieza de Edith estaba cerrada. Por un momento quise entrar y hablar con ella sobre lo que había ocurrido. Pero me lo negué, siéndole fiel al sentimiento de soledad que necesitaba para culpabilizarme por mis errores. Otro día más no haría una diferencia.

Juntos hacia el solWhere stories live. Discover now