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EDITH

Fue en un abrir y cerrar de ojos que mi vida había cambiado. El día se convirtió en noche y el calor en frío. Pero esos cambios repentinos no siempre eran fatales. Te duele, te incomoda, te frustra; pero no te mata. Había aprendido a nadar en la oscuridad, a movilizarme a ciegas, saltar a la deriva. Y pesar de todo, aún tenía miedo, porque ese sentimiento no se erradica, solo se aprendía a vivir con ello.

Ya habían pasado más de tres meses desde que nos aprovechamos de la generosidad de aquella familia, a la que le estaría agradecida durante toda mi vida. Ahora era momento de tomar otra dirección.

Los primeros días de noviembre estaban contados para la mudanza. El quince sería el día que partiríamos de las bellas paredes rojas que nos acogieron por tanto tiempo. Nuestros empaques eran escasos, lo cual facilitó el desalojo. Pronto viviríamos en un alquiler de piso ubicado a tan solo una cuadra de distancia desde la casa de Jorge. El precio fue bastante económico y el dueño nos convenció con facilidad. Dos habitaciones eran más que suficientes.

Al principio me costó aceptar la propuesta de mi madre, pero ella no dejaba de afirmar que no soportaba estar siendo mantenida por otra familia y que ese peso de dependencia no la caracterizaba. Además, ya había ganado el dinero suficiente para vivir en un lugar decente. No había motivo alguno para quedarnos.

-Las paredes acaban de repintarlas y los muebles se ven en buen estado -divagaba mi madre mientras admiraba cada rincón-. Será un buen hogar.

-Sí, es acogedor... Aunque ya no sé a qué llamar un hogar.

Mentiría si la idea de mudarme me traía decaída. Traté de pensar en que era el simple capricho de no querer estar lejos de Steven, pero la verdadera razón tenía más trasfondo. Todo esto era el comienzo de una larga y dolorosa despedida. El próximo año desaparecería de esta ciudad. Me emocionaba comenzar de nuevo en otro lugar, enserio lo anhelaba; pero no dejaba de pensar en todo lo que se quedaba atrás. Por años había estado tan sumergida en la ilusión que no me había puesto a pensar en todo lo que el cambio implicaba.

-Yo llamo hogar al lugar en dónde están mis sueños. -Se acercó a mí por entre la habitación vacía y puso sus manos en mis hombros -. Para algunos es una persona y para otros el lugar donde se sienten a salvo. Hay muchas definiciones.

-Hay personas aquí que también son mi sueño. -Mi madre me dirigió una mirada que no pude descifrar y decidí cambiar de tema-. Tú tampoco te sientes en un hogar. El incendio... Destruyó tu sueño.

Ella sabía a lo que me refería. Aquel restaurante que nos sostuvo económicamente por diez años había sido el proyecto por el que mi madre se sentía más orgullosa.

-Mi hogar eres tú, pequeña.

Mantuve una cara cabizbaja durante la siguiente hora en la que estuvimos merodeando el piso. Paredes blancas y vacías, muebles nuevos sin usar, dos habitaciones con un baño y un pequeño balcón. Mi madre había tenido conversaciones con el dueño y ambos entraron en un acuerdo para la mudanza. Al salir del lugar me tuve que despedir de ella porque le tocaba trabajo nocturno, mientras yo me dirigiría a la casa de Steven.

Solo pensar en él me mantenía optimista, pero las circunstancias me llevaban a recordar que pronto tendría que dejarlo y direccionar mi vida hacia un camino diferente. Me di unos golpes en la cabeza para reñirme por ser tan nostálgica y seguí mi camino, no sin antes comprar un paquete de sopa instantánea para cenar. En menos de cinco minutos ya estaba en la puerta de la habitación de Steven, quién pareció haber escuchado mis pasos sobre la madera, pues la puerta se abrió al instante.

-Hay que salir. -Jaló de mi muñeca y ambos bajamos de las escaleras hacia la puerta, dejando caer la bolsa con mi cena en el camino.

-¿Qué sucede? ¿Adónde me llevas? -pregunté, pero no respondió hasta que estuvimos a media cuadra de distancia.

Juntos hacia el solWhere stories live. Discover now