El niño dentro del muñeco.

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En la ciudad de Guadalajara en Jalisco, nació Marcela Aguayo, ella trabajaba como niñera. En alguna época laboró en un centro de cuidado infantil gubernamental. Su madre contrajo un penoso problema de salud, y ella se vio forzada a dejar este empleo, para ser la cuidadora de su señora madre. De esta forma vio muy disminuidos sus ingresos, y por lo tanto los ingresos de su casa.

El único ingreso con el que contaban, era el de una compensación laboral que había dejado su progenitor al morir. Debido a lo severo de su enfermedad, y a pesar de todos los cuidados que tuvo, la mamá de Marcela murió al lado de ella.

Luego de haber realizado el funeral, y haber cubierto todos los gastos, se encontró sin dinero, y sin empleo. Al morir su mamá, dejó de cobrar la compensación laboral del papá.

Buscó durante algún tiempo empleo de manera infructuosa. Cierto día leyó un anuncio, donde solicitaban niñera, en una de las mejores zonas de la ciudad.

Se dirigió a la casa de la solicitud, al llegar lo primero que notó, era como unas solicitantes del puesto, huían del lugar en pánico, unas bravas por el desperdicio del día, otras con cara de haberse asustado mucho. Por fin fue su turno para la reunión con los posibles empleadores. No sabía que estaba entrando al mundo de los cuentos de terror largos.

Una pareja bien entrada en años la recibió, le informaron que debían viajar por una emergencia al día siguiente. Necesitaban alguien, que se ocupará de cuidar a su vástago, a Marcela esto no le sonó raro en lo absoluto.

La pareja, ni siquiera miraron las referencias de trabajos anteriores, le indicaron que primero debía conocer al niño. Cuando la llevaron frente al infante que debía cuidar, Marcela soltó una sonora carcajada, pues era un monigote en forma de niño, ella pensó, debe ser un mal chiste.

El aspecto del monigote, era el de un niño de más o menos diez años, estaba sentado en una silla. Pensando que la pareja tenía alguna demencia, y por necesitar el empleo, decidió seguir adelante. No encontró lo malo, en seguirles el juego por los tres días que estarían fuera.

Al aceptar el empleo, la pareja le advirtió, que a su niño no le gustaba estar a oscuras, así que nunca debía apagar la iluminación, ni siquiera a la hora de acostarse. Además tenía que narrar alguna historia para que se durmiera. También le advirtieron que tenía que estar con él, hasta que acabara de comer. Si no se hacía todo esto rigurosamente el infante se molestaba y podía ser muy malo.

Al día siguiente, Marcela arribó a la casa, vio cómo se marchaban los padres, y se preparó para cualquier cosa, excepto ocuparse del infante. Desde que llegó, tuvo la impresión de que el monigote, la veía fijamente, es más en algún momento, sin ninguna duda notó que giraba la cabeza para mirarla.

Mientras más lo observaba, más le daba la impresión de que tenía vida, ella empezó a ponerse nerviosa, no se imaginaba estar dentro de uno de los cuentos de terror largos. Con el fin de calmarse, agarró al monigote y lo metió en la habitación y la cerró, se fue al salón de la casa. En la medida que la noche avanzaba, comenzó a escuchar cómo cambiaban de lugar objetos, en la habitación del infante.

Pensando que había entrado un delincuente, llamó a los agentes de la ley. Estos revisaron toda la casa, al no ver nada extraño, se fueron. Al salir le dijeron a Marcela que no podía llamarlos sin que estuviera sucediendo nada.

Un poco más tranquila y creyendo que es fruto de su imaginación, se quedó dormida. Por la mañana, al levantarse, pudo observar que la mayor parte de los enseres donde cocinaban, incluso los materiales e ingredientes, se encontraban por todas partes. Había sustancias por todas partes, y donde habían caído los ingredientes secos, se podían observar unas pequeñas pisadas.

Eran de zapatitos de infante, acudió rápidamente a la habitación que había trancado el día anterior. En este lugar se encontraba el monigote, totalmente cubierto de ingredientes secos, y su expresión había cambiado por una muy malévola.

Salió muy asustada de la casa, le pasó llave a la puerta, y la colocó en una jardinera. Al voltear pudo ver al monigote agitando su brazo en despedida, no volvió jamás para aquel lugar.

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