El espantapájaros

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El Espantapájaros.

El campo de cultivo del viejo granjero William ha sido arrasado por los cuervos. Con ojos inyectados de ira observa la parvada volar entre burlas y risas alejándose después de atragantarse con los frutos de su cosecha.

El plumaje de las aves pinta la tarde de negro, algunas plumas caen sobre la humanidad del anciano. Observa como su esfuerzo fue devorado por una pandilla de cuervos, dejando como recuerdo un triste desastre en sus sembrados. La vena de su frente se exalta demostrando cólera.

William da la media vuelta y entra a casa pensando en la solución más básica: Un espantapájaros.

Viste una cruz de madera con ropas viejas de su armario, utiliza guantes de trabajo para cocerlas en los puños y botas industriales para formar sus pies. Para su cabeza utiliza un saco de yute, lo hace rellenar con bolsas de plástico y paja; sobre la superficie de la tela, empieza a cortar los que serán las cavidades oculares, así como la boca, que imita una sonrisa volteada, mostrando una mueca triste que luce perturbadora.

William sale esa misma tarde con su creación al campo. En su andar observa el rostro del muñeco, fija su mirada en los oscuros huecos recortados de sus ojos mientras oye los chillidos lejanos de los cuervos.

Coloca su creación en la mitad del campo de cultivo, aprecia por última vez su obra y se aleja con una sonrisa victoriosa, abriéndose paso entre el verde del sembrado.

Levanta la mirada y observa a los cuervos volar por encima de él, yendo en dirección al espantapájaros, voltea su rostro y ve a los cuervos parados sobre los brazos extendidos del muñeco, mientras las aves más jóvenes devoran el resto de su sembrado. Con aspavientos y lamentos devuelve su andar para espantar a los devoradores de su cosecha.

-¡Largo!- gritaba el viejo.

William defraudado regresa a casa con su muñeco bajo el brazo, los cuervos picotearon el rostro del espantapájaros, deshilachando el material que daban forma a su cabeza. El granjero remueve la cabeza del espantapájaros, pensando en reemplazarla en la calabaza recién recolectada.

Con un cuchillo y suma delicadeza, recorta finos triángulos para dotar de ojos al fruto, así como una larga y dentada sonrisa; coloca la calabaza entre los hombros del muñeco y se aleja un par de pasos para apreciar su creación. Se siente aterrado de ver al espantapájaros.

Esa misma noche se da la tarea de clavar al muñeco en medio del campo de cultivo. Devuelve sus pasos de entre los sembrados sintiéndose temeroso, siente que el muñeco cobra vida y sigue sus pisadas, gira rápidamente alumbrando con una linterna. La figura sigue en su lugar, íngrima, con su alargado gesto. Solo el frío viento de la noche mecía las telas desgarradas de su vestimenta.

William durmió mal esa noche, pesadillas abrumaban su descanso; un enorme espantapájaros le perseguía por entre los campos de cosecha, garras afiladas salían de sus guantes clavándolos sobre la humanidad del granjero. Devorándolo de un solo bocado.

El anciano despierta ante el graznido de un cuervo, recuerda su nueva obra para espantar aves y salta de la cama para observar desde su ventana. Abre las cortinas y la luz cegadora del día rompe la obscuridad del cuarto. Acostumbra su vista al reflejo matutino y puede focalizar a su espantapájaros, su cabeza destrozada de calabaza es el desayuno de un grupo de cuervos. Con el pico raspan la pulpa pegada en las paredes interiores de la cáscara.

William sale corriendo a toda prisa, tropezando con los muebles viejos de su casa, gritando: “¡Largo! ¡Largo malditos pajarracos! ¡Largo!”

El viejo entre sollozos y lágrimas de impotencia resuelve otra solución para su espantapájaros; el mismo crearía su cabeza con barro.

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