6. La historia del gato

30 9 7
                                    

Firomena ni siquiera titubeó antes de seguirlo. La curiosidad de nuevo pudo con ella.

"¿Algo que debe darme?".

Debe. La palabra no parecía haber sido un descuido.

"No es algo que quiere darme, es algo que debe".

—¿Qué es? —preguntó ella por impulso.

—Es mejor que lo veas tú misma —respondió Zapán.

"Misterioso", pensó ella, con una expectativa reforzada. Zapán siguió de frente, luego viró a la izquierda, luego a la derecha, luego a la izquierda otra vez. No vacilaba a la hora de elegir la ruta entre los pasillos de estanterías, aunque para Firomena todos lucían iguales. De pronto, arribaron a unas escaleras de piedra gris que marcaban el límite de la biblioteca. Y comenzaron el ascenso.

—Y... ¿no se molestará el marqués de que me des esto? —prosiguió ella, y esta vez Zapán calló por un momento.

—No —dijo.

—¿No sé molestará de que haya roto la regla de no entrar aquí? —insistió, cayendo en cuenta de que tal vez Zapán ya había hablado con su amo sobre ella.

—Esa regla no la hizo el marqués.

—¿No la hizo él? —cuestionó Firomena, confundida.

—Y más que una regla, es una imposibilidad —aclaró, y se volvió brevemente para darle un vistazo—. O, más bien, era una imposibilidad.

Firomena entendía cada vez menos, y su perplejidad debió reflejarse claramente en su rostro porque de inmediato Zapán se detuvo. Como gato que era, sus expresiones eran bastante neutras. Sin embargo, tal vez porque su cola descendió como resentida, así como sus bigotes, a Firomena le pareció que esa era su forma de estar cabizbajo.

—Creo que debo contártelo —dijo, con un tinte repentinamente serio en su voz—. Mi amo... El verdadero marqués de Carabás está muerto. El que ahora lo suplanta es un ogro llamado Pantagruel.

Firomena se sobresaltó, y aunque creía lo que le decía, se le apeteció al mismo tiempo una historia inventada. Así también como el relato que Zapán le confesó a continuación.

Las brujas y hechiceros muchas veces requieren de un familiar mágico que los asista. El marqués nunca había necesitado ninguno, más que nada porque no le agradaba la idea de mantener a nadie bajo sumisión. Hasta que un día, por ventura, cruzó caminos con otro brujo que vendía a los gatos mágicos de una camada. Fue así como el marqués se conmovió al ver al pequeño Zapán y lo adoptó para que fuera su familiar. No obstante, más que un amo, el marqués siempre fue un amigo para él.

 No obstante, más que un amo, el marqués siempre fue un amigo para él

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El gato admiraba profundamente a su amo. Ambos vivieron juntos años apacibles y felices en el castillo. Sin embargo, durante todo ese tiempo el marqués siempre había añorado algo. Viajaba de cuando en cuando por doquier para buscarlo, y la tragedia empezó cuando lo encontró. O, más bien, la reencontró. Se trataba de su amiga de infancia, Gerda.

Ambos se habían separado de niños para seguir sus estudios de magia y habían prometido volverse a ver una vez que fueran ambos hechiceros consumados. Sin embargo, la Gerda que el marqués encontró era muy distinta a la que él recordaba. Ella era ahora una poderosa hechicera, pero su corazón era más gélido que el hielo. No reconocía ninguna antigua amistad ni sentía un ápice de caridad por nadie. Despreciaba a todo el mundo tanto que se había enclaustrado, lejos de todo.

El marqués intentó razonar con ella una y otra vez. Zapán lo acompañó en todos sus viajes, y vio cómo su amo regresaba de cada uno de ellos más desesperanzado que antes. El marqués se convenció de que Gerda era víctima de alguna terrible maldición. Estudió magia antigua, buscó respuestas con brujas y hadas, pero nadie supo darle explicación de qué era lo que aquejaba el corazón de Gerda. Su preocupación escaló a tal punto que empezó a descuidar sus deberes y a su castillo.

—Si ella ha elegido esa vida, por más que le apene debería dejarla, amo —le aconsejó Zapán, con genuina inquietud, y también cumpliendo su deber como familiar—. Las personas que buscan su propio detrimento son dueñas de sus desgracias.

—No puedo abandonarla a su suerte —le respondió él.

—¿Por qué?

—La amo.

Para el gato, aquella respuesta fue incomprensible. Vio languidecer a su amo en esa búsqueda sin frutos. Y fue entonces que, durante uno de sus improductivos viajes, una nueva presencia apareció en esa historia para cambiarlo todo.

Un hada.

—Podrás recorrer todo el mundo si quieres, pero nunca sabrás porqué el corazón de Gerda se volvió un bloque de hielo —manifestó ella, sin presentaciones ni preámbulos—. Pero yo sí puedo ayudarte. Solo que mi ayuda no es gratuita.

—¿Qué es lo quieres a cambio? —preguntó el marqués, para horror de Zapán.

—Lo sabrás en su momento —dijo ella.

—¡Amo, no! —le advirtió el gato—. Un cobro indefinido es lo peor que alguien puede pedirte. Podría ser cualquier cosa. Ese tipo de pagos son siempre terribles.

Pero el marqués había estado consumido tanto tiempo por esto que era imposible que se negara ante tal ofrecimiento.

—Mi posesión más valiosa es mi báculo mágico, el Crepúsculo rojo —dijo el marqués—. Puedo entregarte todo lo que quieras, menos eso.

—Hecho —convino el hada al instante.

Más adelante, Zapán agradeció con tristeza que al menos su amo hubiera tenido la sensatez de anteponer aquella condición. Porque, salvo eso, lo perdió todo.

Caperucita con botas y el gato rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora