12. El señor del bosque

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Firomena asió con fuerza a Crepúsculo rojo y, como si se tratara de un martillo, golpeó la barrera con él. Un eco de cristales chocando retumbó en la pequeña isla, pero la barrera siguió intacta. Empujada por el impulso, Firomena lo intentó una vez y otra vez, y otra vez más.

—Creo que debes hacerlo con magia, no con fuerza bruta —apuntó Zapán, cuando ella terminó con su desplante.

—Oh... Pero, ¿cómo lo hago?

—Piensa en que quieres romper algo —propuso el gato luego de dejar oscilar su cola de un lugar a otro. Él tampoco parecía muy seguro del funcionamiento de esto.

Firomena le hizo caso, pero la gema del báculo apenas parpadeó un resplandor vacilante. Zapán planteó otra idea, y luego otra, y otra más. Pero obtuvieron el mismo resultado. Luego de un largo ejercicio de ensayo error, Firomena empezó a exasperarse.

—¡No funciona! —espetó, agitando el báculo, como si estuviera averiado—. ¡¿Por qué no se enciende como antes?!

—¿Por qué no intentas...?

De pronto, una luz roja los encegueció a ambos e inmediatamente después siguió un estruendoso BOOMMM.

Zapán y Firomena salieron despedidos en sentidos contrarios por la onda de la explosión que estalló de la gema, como si en lugar de estar agitando un báculo, Firomena hubiera estado agitando un barril de pólvora con la mecha encendida.

El gato giró en el aire por instinto y aterrizó en sus cuatro patas. Pero Firomena rebotó en el pasto como una pelota, aun aferrándose de Crepúsculo rojo, del cual, de repente, salió disparada un haz de luz fulminante. Ella se incorporó de nuevo para intentar detener el báculo, pero lo único que logró fue redireccionar la onda luminosa por todas partes, dejando un garabato dibujado en el suelo en rojo vivo.

Zapán saltó entre las matas como conejo para evadir el disparo incesante y Jasparo emprendió vuelo para alejarse de Firomena, hasta que a ella se le ocurrió apuntar hacia el cielo. El rayo rojo brotó sin restricciones y se perdió entre las nubes, hasta finalmente agotarse.

—Lo asombroso de esto es que has apuntado a todas partes, menos al pozo —comentó a modo de anécdota Zapán, momentos después acercándose con prudencia a Firomena que aún no salía de su impresión—. Inténtalo de nuevo, pero en una versión más pequeña.

Pero Firomena no estaba segura siquiera de lo que acababa de hacer y tampoco sabía si sería capaz de replicarlo. Trató de recordar la manera cómo había sostenido el báculo, lo que había dicho, lo que había pensado... Todo eso junto para recrear la misma situación. Pero la gema volvió a parpadear resplandores indecisos. Era frustrante. Pero al mismo tiempo, emocionante. Aquello había sido magia. Magia de verdad.

¿Qué más podría lograr?

—Qué visión tan interesante.

Tanto Firomena como Zapán estaban tan inmersos en los devaneos de Crepúsculo rojo que se sobresaltaron y se volvieron al unísono al escuchar aquella repentina voz grave y densa. Entre la espesura que ofrecía esa pequeña isla, entrevieron al menos una decena de pares de ojos amarillos, los cuales le pertenecían a sombras oscuras indefinidas.

 Entre la espesura que ofrecía esa pequeña isla, entrevieron al menos una decena de pares de ojos amarillos, los cuales le pertenecían a sombras oscuras indefinidas

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—¿Qué se te ha perdido en mis dominios, pequeña hechicera? —dijo esa voz.

Los rayos de luna contornearon la silueta negra de aquella criatura. Era de un pelaje del color del ébano, orejas puntiagudas y un tamaño colosal. Era alto, más alto que Jasparo, su hocico largo dejaba entrever unos largos colmillos blancos, y sus ojos amarillos resplandecían con su propia luz. Era el lobo del bosque y detrás de ellos, como si se tratara de una comitiva de bienvenida, estaba el resto de su manada. Todos con los ojos enfocados en Firomena.

Ella sintió un frío retorciéndose en su pecho y expandiéndose al resto de su cuerpo. Era la primera vez que veía a un lobo. Y encima uno con ese monstruoso tamaño. Cualquiera de ellos podría comerla de un bocado. El lobo la observó con cierta diversión, como si contemplara a un pequeño ratón. Firomena se aferró a su báculo cuando el inmenso animal empezó a aproximarse sin desparpajo.

—¿Y bien? ¿A qué viniste? —demandó con mofa.

—Yo... yo vine a... —balbució Firomena ante la intensa mirada del depredador.

—Ella no tiene malas intenciones contigo, ni te ha ofendido de ninguna forma —dijo de pronto Zapán, interponiéndose entre ella y el lobo—. Si eres justo con criaturas más pequeñas e indefensas que tú, nos dejarás ir.

Tanto el líder como la manada viró su atención al gato, como si recién lo notaran. Firomena también lo hizo. Se sorprendió al ver la firme calma de Zapán, aunque notó el pelaje erizado de su cola y sus orejas en punta.

—¿Qué los ha traído a mis dominios esta noche? —inquirió el lobo, quien pareció fastidiarse por las palabras del gato—. Si mienten, me consideraré ofendido.

Firomena no supo si de verdad tenía manera de identificar una mentira. Y Zapán pareció tener la misma incertidumbre porque respondió:

—Buscábamos una forma de derrotar a Pantagruel —dijo sin titubeos, y ella notó que le hacía una seña con la pata, para indicarle que se dirigiera hacia Jasparo—. Pero ya nos íbamos.

—¿Quieren derrotar al ogro? —repitió el lobo y entonces abrió la quijada de par en par para soltar una risotada profunda y lobuna, el resto de su manada coreó la carcajada—. ¡Pero si es así, continúen! —agregó con sorna—. Ese ogro es una peste. Pero, ¿cómo imaginan derrotarlo si se puede saber?

—Ya nos íbamos —repitió Zapán, de forma neutral, encaminándose Firomena y él lentamente hacia el búho que aguardaba inmóvil.

—¿No eres tú el sirviente del hechicero? —continuó el lobo, entornando su mirada burlonamente—. ¿Has cambiado de amo?

La cola de Zapán serpenteó.

—¿Quieres vengar a tu amo? ¿Es eso? Él se lo buscó solo. La pequeña hechicera es su sucesora, ¿cierto? Si quieres honrar a tu anterior amo, enséñale a no ser una imbécil como él.

Zapán se congeló antes de dar el siguiente paso, y Firomena reparó brevemente en que en sus ojos verdes había aparecido un brillo que no había visto antes. Entonces el gato se volvió para encarar al lobo, y cuando lo hizo, todo su pelaje estaba en punta, desde la cola hasta los bigotes. Sus orejas estiradas hacia atrás, sus pupilas como dos líneas puntiagudas, sus garras curvas sobresaliendo de sus patas.

—Retira eso —dijo y esta vez sus palabras fueron siseos agresivos—. Mi amo no fue ningún imbécil.

—Es la verdad —dijo el lobo estirando su boca en una especie de sonrisa—. Agradece que los estoy dejando pasar y largo.

—Retíralo.

Al final de esa palabra vino un maullido crispado y amenazante y el lobo gruñó en respuesta, mostrando sus dientes, como marfiles relucientes. Firomena estiró su mano para tocar a Zapán y decirle que lo dejara y se fueran, pero Jasparo apartó su intento con un movimiento de su ala.

La situación había cobrado una intensidad imposible de apaciguar. Y fue Zapán el que se abalanzó sobre el lobo para dar el primer zarpazo. 

 

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Caperucita con botas y el gato rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora