49. La unión hace la fuerza

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No sabía muy bien ni cómo habían llegado, pero ya estaba en su casa. Estaba realmente agotada, física y psicológicamente. Le daba la sensación de que habían pasado mil cosas en cuestión de horas, quizás era porque su vida acababa de dar un giro radical en el que su burbuja había explotado sin que estuvieran preparadas para el mundo exterior. Sentía tantas cosas dentro que ni si quiera sabía que sentir. Estaba enfadada por ser juzgada así, estaba triste porque, algo que ella sentía como correcto, le hayan hecho sentir que era una aberración. Vicio y perversión. Se sentía humillada por amar, y simplemente, no pensaba que hubiera un sentimiento peor que sentir que querer está mal.

También sentía esas ganas enromes de mandarlos a todos a la mierda, de ponerse en pie, esperar las antorchas con la cabeza bien alta y enfrentarse a esa caza de brujas. Pero también sabía que esa valentía era una utopía, porque no todo dependía de ella y cada acto tiraba otra ficha de dominó.

Así que, incapaz de definir lo que sentía por dentro, se tapó la cara con uno de los cojines del sofá en el que estaba tumbada y pausó todo. Ahora lo que realmente quería era dormir.

– ¿Estás mejor?

Rio sarcásticamente antes de quitarse el cojín para mirar a Manolín que se había sentado en el sofá de al lado. Cuidándola, manteniéndose a su lado.

– Pregunta difícil.

– Me refería al asma.

– Sí, pero ahora estoy muy cansada. Siempre me pasa después de un ataque, no hay de qué preocuparse.

Él asintió no muy tranquilo y ella volvió a taparse el cojín para ahogar un grito antes de volver a quitárselo.

– Dios... ¿cómo se ha podido joder todo así? Y... – otra vez aquel revoltijo de sentimientos en su interior, había pasado de nuevo de la impotencia a la ansiedad. – ¿Sabes dónde he puesto el móvil? – dijo mientras miraba a su alrededor. – Necesito... necesito saber si le han dicho algo a Vi. Necesito saber si también se lo han hecho a ella. Si está bien.

– No se lo han hecho.

– ¿Cómo lo sabes?

– He hablado con ella hace un rato. Como no le contestabas y sabía que nos habíamos ido juntos me ha hablado a mí. Me ha dicho que se había enterado de todo y que se lo había contado a Hana. Ahora Hana va a ir a recogerla al instituto y en cuanto fuera el cambio de clases, se escaparía y venían las dos para acá.

Eva asintió algo más relajada y volvió a dejar caer la espalda sobre el sofá.

– Dios... no entiendo cómo se ha podido complicar tanto todo. Es que joder, ni si quieras nos besamos en público.

– Lo sé, pero esa foto...

– Esa foto está cogida a conciencia para joder. – le cortó enfadada. – Quien la hizo tendría que haber estado viéndonos todo el rato y sabe que no pasó nada. Pero bueno, ya sabes lo que dice, una imagen vale más que mil palabras, ¿y a quien le importa escuchar la verdad? Es más fácil juzgar y llamarme guarra.

– No creo que todo el mundo crea que eres una guarra después de esto.

– Venga ya, Manolín. Los dos sabemos que, si no nos hubiéramos reconciliado, tú mismo lo habrías pensado.

El abrió la boca para contradecirla, pero volvió a cerrarla. No quería pensar que él sería así de superficial y juzgarla sin más, pero también sabía que si lo negaba automáticamente, ninguno de los dos lo creería, y a Eva su silencio le dio la razón.

Suspiró pesadamente y notó cómo el nudo en su garganta volvía a apretarle con fuerza al mismo tiempo que notaba de nuevo lágrimas en sus ojos.

– La hija adoptada de las lesbianas ahora es la guarra del barrio. – murmuró más para sí misma que para él. – Joder, es que estoy segura de que habrá quien conecte ambas cosas y, ¿sabes qué? Que quizás, sea verdad.

Seremos nuestro refugio (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora