58. Quiero quedarme

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Dejó el coche aparcado al lado de su apartamento y fue andando al bar donde había quedado con sus dos mejores amigas. Caminaba pesándole la tristeza de haberse despedido de Hana en el aeropuerto sabiendo que sería la última vez que lo hiciera. Se seguirían viendo, estaba segura de ello porque ninguna de las dos quería perder aquella amistad, pero ya no sería lo mismo, ahora no había prisas por verse ni tocarse, y estaba bien. Escocía, pero estaba bien.

El tiempo no perdona y la distancia mucho menos, y ambas se habían echado de menos a horrores, pero Eva no se había dado cuenta de cuánta razón tenía Hana hasta que no lo había escuchado de su boca. Ya no estaban enamoradas y aunque eso justificaba que ambas siguieran sus caminos sentimentales por separado y se alegraran la una por la otra, también dolía por la nostalgia de lo que un día fueron.

Pero ahora Hana era realmente feliz después de lo mal que lo habían pasado ellas con la distancia. Ahora era feliz con alguien que estaba día tras día a su lado, y era todo lo que merecía.

Una pequeña presión en su pecho se acentuó con aquel pensamiento y en el fondo sabía que no tenía nada que ver con Hana (lo que le daba más razón con el motivo de la ruptura), pero que era algo que llevaba rondándole la cabeza y el corazón esos últimos meses.

Estaba tan perdida en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que había llegado al bar hasta que no había visto una de sus mejores amigas sentada en una de las mesas dándole un sorbo a una copa de vino.

– No irás a coger la moto después de beberte eso, ¿no? – preguntó parándose detrás de ella.

La morena se giró sobresaltada al no esperarla, pero le sonrió nada más verla.

– Hoy no conduzco yo, pero me alegro haber criado a una chica tan responsable.

– En la carretera siempre. – dijo Eva dejándole un beso en la mejilla a Amelia.

Si había algo que Eva había echado de menos profundamente sus años en Granada había sido a sus madres. Ni si quiera se había dado cuenta de la dependencia que había desarrollado hacia ellas hasta que no se independizó. En realidad, no le extrañaba, esas dos mujeres habían sido quienes habían llenado la soledad de su infancia y ella no era la única con aquella dependencia. A sus madres también les costó mucho al principio aquella distancia.

Sin embargo, con el tiempo, las tres aprendieron a vivir tanto sin esa dependencia. Eva a no recurrir a la protección de sus madres a la mínima, y ellas a dejar crecer a Eva y a volar lejos, a verla como una persona adulta y eso llevó a la relación que tenían ahora. Una relación mucho más madura que no se basaba en el simple hecho del parentesco, sino de contar las unas con las otras como verdaderas amigas.

Eva ya no tenía miedo de perderlas porque ahora sabía que, si Luisita y Amelia no la hubieran adoptado, de algún habrían seguido manteniendo el contacto como amigas y de las de verdad, de esas amigas del alma con las que puedes contar para lo bueno y para lo malo, esas que siempre te dirán la verdad, aunque escueza y esas con las que tu día mejora con una simple charla. Como aquel día.

Se sentó a su lado y miró la silla vacía que había junto a ellas.

– ¿Y mami?

Amelia hizo un gesto con la cabeza señalando a un par de mesas de distancia.

– Está saludando.

Eva miró a Luisita que estaba de pie junto a unas mujeres que no conocía de nada, pero tampoco le extrañaba. La cantidad de personas que conocía Luisita era increíble y no sólo porque tener una librería, ser psicóloga y trabajar en los juzgados como perito hiciera conocerle a mucha gente, sino por lo cercana que era en todos sus trabajos. Todo el mundo la adoraba.

Seremos nuestro refugio (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora