𝐈𝐗: 𝐍𝐎 𝐌𝐄 𝐓𝐄𝐌𝐄𝐑Á𝐒

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07 de noviembre, 1971

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07 de noviembre, 1971

Port Camelbury, Connecticut

———ULRIC TENÍA LA MIRADA AVASALLADORA DE una bestia que horrorizaba a Vita con un deseo inadmisible y le hacía justicia al dicho popular que días antes osó aludir: «los ojos comen primero que la boca».

Las máscaras habían caído y se desmoronaron a sus pies en polvo de mentiras: aquel ente de apariencia fantasmal y porte encantador ya no era su huésped, sino su adversario con una mirada que irradiaba un hambre indómita de lo que podía ser una de sólo dos cosas: sangre o carne. Y por el honor de cualquiera que fuera la acertada, Vita huyó de su presencia en la dirección opuesta del corredor y bajó las escaleras con afán.

Ulric, inmutado, la dejó ir hasta que la escuchó encerrarse en el cuarto de lavado de la primera planta, y sólo entonces movió un pie para alcanzarla con una velocidad sobrenatural.

—¡Abra la puerta, Madame! —vociferaba, forcejeando el pomo y con un canturreo risueño inyectado en cinismo— ¡Sólo preciso una charla con usted!

Vita afrontó una ansiedad insólita al encontrarse a sí misma inerme ante la bestialidad que hacía resonar la cerradura de la puerta con una vehemencia atroz; y antes de que pudiera hacer pedazos la madera y se abriera paso al cuarto, ella se las arregló para tirar de la cortina hacia abajo hasta hacerla caer. Cogió la barra de metal que la sostenía y pegó la espalda a la pared del flanco derecho de la puerta.

Un golpe. El pecho de Vita subía y bajaba como boyas en la marea. Dos golpes. Concentró todo el ímpetu en las manos que apretujaban la barra. Tres golpes y el hombre brutal destrozó la cerradura.

Vita se cargó de la valentía necesaria para intencionar plantarle la barra en la cabeza una vez entró, pero Ulric atinó a cogerla con una precisión que sólo podía atribuírsele a la agudeza de unos sentidos divinizados por la oscuridad.

La bruja implementó un esfuerzo titánico en empujar el objeto con la esperanza de hacerlo retroceder a él, también, pero Ulric se mantuvo pétreo en la postura.

—Mi pregunta sigue en pie, Madame —dijo—. ¿Qué es usted?

La mirada y los labios de Ulric irradiaban una apetencia que tenía las mismas apariencias de estar direccionada al deseo de clavarle los colmillos en la yugular como del de profanar la pureza de los labios de Vita y hacerla hiperventilar de lo opuesto al horror; y por una o por la otra, al hacerse consciente de la libertad respirándole en la nuca, ésta cedió la barra a la fuerza descomunal de Ulric para girarse y emprender camino a donde fuera, pero lejos de él.

Atravesó la sala de estar con la intención de seguir de largo hacia el portal, y falló al tratar de coger el cenicero de cristal de la mesa de té en el camino. No obstante, cuando Ulric se adelantó a ella moviéndole el cabello como una brisa borrascosa al pasarle por al lado, y culminó su trayecto al posarse en la puerta con la barra en la mano para bloquear la salida, Vita supo que no tenía escapatoria ante las subestimadas habilidades de él.

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