𝐗𝐈𝐕: 𝐄𝐒𝐏𝐄𝐑𝐀𝐑Á𝐒 𝐌𝐈 𝐕𝐄𝐍𝐈𝐃𝐀

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17 de noviembre, 1971

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17 de noviembre, 1971

Port Camelbury, Connecticut

———KIMBERLY JONES ESTABA LUCHANDO CONSIGO misma para no perder la cabeza ante los despilfarres eventuales de insania del marido.

Demasiado tolerante se había vuelto ante los despertares en la susceptibilidad de la madrugada, las oraciones que éste dejaba a medias como si el hilo del pensamiento se le hubiera cortado sin advertencia, los periodos de aplanamiento emocional que lo invadían de un momento a otro y lo llevaban a expresar los mismos sentimentalismos que un tronco, y de las ocasiones en que lo escuchaba pasar deambulando por la casa quejándose de que «todo huele a cal; como a aire de cementerio». Y en adición a estas adversidades en la sintomatología del hombre, por si no resultasen lo suficientemente enervantes, el mismo hubo de consagrarse como ermitaño al regresar aquella madrugada al hogar, muchas horas después del encuentro con el psicólogo, para encerrarse en el cobertizo con la caída del alba.

Entre el Todopoderoso y él habría de quedar lo que sea que haya hecho en aquel periodo de tiempo, pensó ella, pues intentar dialogar con él desde el otro lado de la puerta fue tiempo invertido en vano: lo único que obtuvo a cambio fue pescar un resfriado. Aún así, Kimberly no prescindió de dejarle el desayuno puesto en la entrada antes de partir para el cumplimiento de sus obligaciones laborales, pues interpretó la situación como un arrebato colérico ante alguna discordia con su compañero en referencia a la dimisión del cargo de detective, una hipótesis que reafirmó con la ausencia del anciano en el precinto 41 aquella mañana, en la que un par de detectives con placas de Hartford arribaron en busca de ambos, Roy y Clifford.

—García no se ha reportado aún —escuchó Kimberly a la oficial Renata Munch explicar a los recién llegados—, pero ha de estar por llegar en cualquier momento. El detective tiene una racha de asistencias impoluta. De parte de Cox, por otro lado, no podemos prometer nada: ayer solicitó el formulario para la dimisión del cargo al final de la jornada y dijo que lo llenaría en casa para «leerlo con detalle», así que si viene al precinto hoy será para entregarlo, lo más seguro.

Sin embargo, se alzó el sol de las nueve entre los resquicios de las nubes furibundas y la comisaría de Port Camelbury aún no veía rastro alguno de Roy García. Luego de numerosas ansiedades y cavilaciones, habiendo asumido la inasistencia absoluta del detective, los oficiales Pamela y Emmett decidieron iniciar por cuenta propia la redacción de los términos de la caza de lobos basándose en las condiciones establecidas en la carta de la AEVS; no obstante, cuando la secretaria de Roy les concedió el paso al despacho del mismo, encontró en la superficie de su escritorio un formulario lleno y firmado por Roy García. Kimberly observó la escena a través de las persianas venecianas, y una alarma se activó en su cerebro ante la reacción gesticular de la mujer al leer el papel entre sus manos.

—García no va a reportarse —anunció la secretaria al par de detectives—. Ni hoy, ni nunca. Ha renunciado al cargo.

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