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Estaba sentado en su escritorio, de oficina. Su trabajo se había duplicado, ahora con los nuevos cadetes. Los soldados que solicitaban sus cambios.
La flama de la vela de su escritorio, se iba consumiendo. Dando los últimos escritos a los laboriosos, papeles.
Miro melancólico en sillón donde su pareja lo esperaba. Hasta que terminara, ahora estaba reposando en casa. Su embarazo mantenía a la azabache en la casa todo el tiempo.
Aunque era vigilada constantemente, por la cadete razo Hitch. Sobre los progresos de su gestación le seguía preocupando ella y su futuro hijo o hija.
Estaría vivo, vería crecer a su engendro. Tan siquiera lograría verlo decir sus primeras palabras.
No quería dejar a su esposa, pero su trabajo cómo, comodante se lo impedía. Abandonaría todo pero su más grande sueño era ver el sótano de la casa del Doctor Jaeger.
Resignado a su instintos, tomo una hoja en blanco. Con su única mano tomo una pluma de tinta.
Para comenzar a escribir, una carta despedida a su esposa. Por si no regresaba de la reconquista de Shingashina dónde enfrentaría al Bestia.
Y otra para su pequeño primogénito en camino, desearle un feliz cumpleaños. Si el no estaría ahí para decirlo en la cara.
Terminado de escribir las dos cartas, se levantó de su escritorio. Para irse de madrugada a su hogar para ver a su mujer.
— Sólo éramos unos corazones perdidos —se dijo a si mismo antes de cerrar de un trancazo la puerta.
Siempre serás la única mujer, dueña de mis pensamientos y de todo mi ser.
