Uno: Simples propagandas

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—Hasta pronto, os voy a extrañar mucho —Harper sacudía su mano en dirección a sus padres y hermano mayor, éste último le guiñó un ojo mientras sus progenitores la despedían.

Con el torso fuera de la ventana del autobús escolar, ella continuaba fingiendo sonrisas y lanzando besos huérfanos de afecto hacia su familia. Cuando el bus finalmente arrancó, ella se aferró al correaje de su mochila al levantarse y dirigirse hacia el chófer ya pasado un par de cuadras.

—Noventa euros, Armando, como lo acordamos —extendió un bulto de billetes hacia el hombre con la seriedad remota plasmada en su semblante.

—Y sigues de rebelde, Harp, ¿Qué travesuras planeas tras este chantaje?

Ella mordió el interior de su mejilla para no evidenciar la sonrisa florecía de sólo evocar esos pensamientos.

—Nada que amerite un premio en el convento, Armando, eso te lo aseguro.

El aludido emitió una risa cómplice al tiempo que detenía el autobús, recibiendo los noventa euros que valía su silencio.

—¿Y la propina? Suelta la tacañería, piba.

Harper blanqueó los ojos y le mostró su dedo corazón antes de bajar del transporte.

Ahora sí que sonreía abiertamente, todo estaba saliendo según lo planeado. Disfrutaría de unas cortas vacaciones con su amor a escondidas mientras sus padres creían que estaba de campamento con la gente del convento.

Y si te preguntas cómo terminó Harper en un convento, la explicación corta es que la pillaron en un amorío con su instructor de matemáticas en noveno grado, y desde entonces sus padres han intentado corregirla enviándola a donde las monjas, pero ya ves que todo fue en vano.

No se sentía hufana por haber engañado a sus padres, pero mucho menos culpable.

Se quedó parada en la acera un buen instante para mirar cómo el bus se hacía pequeño al alejarse por la carretera, y cuando decidió al fin cruzar la calle, su serenidad fue interrumpida por el chillido de unas llantas contra el asfalto, y un claxon sonando en su dirección. Cerró los ojos con fuerza y llevó un puño a su pecho, sintiendo los ovarios en la garganta y la caja torácica retumbar en sus oídos. Pero el susto pasó a ser un enfado al escuchar una risa que conocía perfectamente bien, al abrir los ojos, exhaló y fulminó con la mirada al hombre al volante.

—Serás cabrón —farfulló antes de abrir la puerta y subirse al copiloto.

—Revisa tus piernas, seguro hasta te has meado.

—Imbécil —siseó y ladeó el rostro cuando Donovan intentó besar su mejilla.

—Venga ya, Harp, no estés cabreada —él chasqueó la lengua y siguió conduciendo—. Mejor cuéntame cómo has hecho para llegar hasta aquí sin ser pillada.

Harper suspiró mientras se encendía un cigarrillo y dejaba huir de sus labios un profundo nubarron.

—En el convento hacen un viaje a las montañas cada año, antes de las vacaciones, el objetivo es estarse una semana entera desconectado de los dispositivos mientras se acampa —humedeció sus labios antes de seguir—. Como no me apetecía aprender a hacer jabón artesanal ni beber agua de las orillas de un riachuelo, ofrecí dinero al chófer del transporte para que me dejara por aquí y no se fuese de chivato.

—¿No que esta semana harías las inscripciones en la facultad de farmacia?

—Ajá, pero eso puede esperar otro rato más. Puedo detener mis conocimientos una semana por ti, además, hace poco he terminado un curso online.

MOTEL MORTALWhere stories live. Discover now