Doce: La coartada del alfil

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Rodeada de inmundicia y envuelta por un aura putrefacta de sangre, mierda y moho, la cabeza de Irene daba vueltas por el mareo que le producía el golpe. Un dolor punzante atacaba su espalda como latigazos de fuego, entonces pudo recordar el cuchillo clavado y la escena de forcejeo se hizo más clara en sus recientes recuerdos.

Se amonestó mentalmente. Harper había huido de una forma muy estúpida, sólo esperaba que los incompetentes de Frankie y Donovan se hubiesen encargado durante su inconsciencia. De mucho no le servía ese par; Donovan sólo ocultaba sus fetiches necrófilos detrás de su fachada de empresario pijo y padre enamorado; y Frank era un estratega audaz e intachable planificador de ejecuciones, pero carecía de agallas a la hora de armas tomar y cercenar él mismo al objetivo.

Definitivamente no podía dejar el plan en manos de esos dos, por más desorientada que estuviera, aferró las manos a la tapa del excusado y se impulsó hacia arriba con una mueca de dolor por la puñalada en su espalda.

Mientras caminaba por el pasillo agudizando su oído y poniendo los ojos en todas partes por si conseguía alguna presencia en agonía, de preguntaba cuánto tiempo estuvo tirada en el baño, pronto intuyó que mucho no debió ser porque al llegar al pie de las escaleras visualizó la figura de Donovan mirando por la ventana, meneando entre sus dedos un vaso con Whisky.

—¿Dónde está? —cuestionó Irene, repiqueteando sus dedos sobre el barandal de madera.

Donovan acercó la circunferencia de vidrio a sus labios y bebió un sorbo sin despegar su vista del exterior a través del cristal viejo.

—Saltó por la ventana de la habitación tres, Frank ha salido a por ella.

Antes de que Irene dijera nada, explicó:

—Me he quedado por si en un descuido ella regresa, pues parece que la hemos subestimado, la maldita tiene ovarios —mordió el interior de su mejilla—. En el sótano me desvío el tabique de una patada, parece que a Frank lo ha dejado sin descendientes —luego volteó a mirarla—. Y por como luces, me atreveré a creer que también te ha jodido un poco.

—Y mató a la abuela —añadió Irene entre dientes, aunque le molestaba, no desacreditó la verdad; la víctima de esa noche no era tan inofensiva como parecía.

—Esa ya se iba a pegar pronto el descanso eterno de todas formas.

Irene crispó la frente y procedió a bajar los peldaños en silencio, llegó hasta su lado y le arrebató el whisky para darle un trago.

—¿No irás? —preguntó Donovan.

Ella negó mientras sonreía con malicia y cambiaba su rumbo al tablero de ajedrez que estaba en la mesita.

—Dejemos que solita conozca a la torre que no ha salido de su casilla y hará un desfile para quedar en medio del tablero.

—Y con Frank tras ella, es un mate casi seguro.

—¿Lo dudas? —Irene alzó una ceja, a pesar de que Donovan no podía ver su gesto por la oscuridad del lugar.

—Irene, a estas alturas no me atrevo a subestimar su astucia.

—Pero está jodida. Con un torniquete en la batata y la cara toda hecha mierda, esta jugada ya es nuestra.

El silencio de Donovan la irritó.

—¿A quién se le ocurrió incluir la torre esta vez? Hasta donde sé, sólo éramos cuatro piezas contra el peón. Bueno, ahora tres porque derribaron a Inés.

—A Frank —respondió Donovan—. El viejo Onofre ya empezaba a sospechar que con la mansión hacíamos movidas turbias y no sólo tuvo que ir a amenazarlo para que no se fuera de chivato...

MOTEL MORTALWhere stories live. Discover now