Tres: Viejo estulto

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Anduvieron alrededor de hora y media vagando sobre la carretera, la lluvia había cesado a su favor, bajando su intensidad a una ligera llovizna que los acariciaba en lugar de bañarlos.

—Joder, ya no aguanto los talones —Harper se quejó, sentía cómo las suelas de sus viejas Converse se desgastaban poco a poco desde que comenzaron a andar.

Un rato más tarde se adentraron a un sendero angosto que consiguieron en una encrucijada, de lado a lado se extendían par de matorrales de donde provenían cantos de grillos, ranas y bailes de intermitentes luciérnagas.

—Ya hemos caminado demasiado. Debimos quedarnos en el coche —volvió a protestar ella cuando casi resbala a causa de una piedra encajada en la tierra.

—Íbamos a congelarnos ahí —Donovan intentó hacerla entrar en razón.

—¿Y qué diferencia hace estar aquí afuera? Ahora lejos del coche y en medio del puto monte —a Harper se le comenzaba a agotar el quicio—. Si me lo preguntas, preferiría morir de hipotermia dentro de un coche que andando en un lugar desconocido sedienta y con los pies adoloridos.

Tomó una pausa y abrió la boca para continuar quejándose y proponer darse la vuelta para regresar, pero Donovan silenció su intento con una singular proposición.

—¿Y qué te parece morir en un motel aparentemente abandonado?

—¿Eh?

Donovan señaló a un lado del sendero, en la lejanía, donde si entrecerrabas los ojos podías vislumbrar un cartel de madera desgastada que ponía «Motel Zaldívar» en letras blancas, casi borradas por ausencia de retoques.

—Pues vayamos a echarle un vistazo como último recurso —Harper inspiró hondo al darse cuenta de que Donovan ya había empezado a dirigirse en aquella dirección, apartando con los brazos el monte crecido.

Pronto salieron a un maizal marchito, con la cosecha muerta a sus pies y las hojas secas resonando a causa de la gélida brisa.

—Mira, Donovan, por allá —Harper alzó la cabeza en dirección a un rancho de bloques grises del cual salía humo.

Ambos se desviaron del camino hacia el motel que en su fachada lucía aterrador y decidieron que sería mejor ir hacia el humilde anexo que a leguas lucía como una mejor opción.

Al llegar, tuvieron que andar más lento por el barro que hacía resbalar sus piés. Llamaron apenas vieron una luz encendida dentro, quisieron aporrear la puerta, pero no había, la entrada se trataba de una cortina vieja, transparentosa y manchada.

—¿Sí? —un señor de no más de setenta años acudió a su llamado, apoyándose de una vara de madera tallada y sosteniendo una humeante taza de peltre con la otra mano.

—Buenas noches, señor. Verá... —Donovan rascó su nuca, apenado—. Mi novia y yo nos hemos accidentado unos kilómetros atrás y tenemos que quedarnos a esperar hasta el amanecer a que llegue la grúa, ¿Cree usted que podría...?

—¿Novia? —los interrumpió el anciano con sutileza—. Esa muchachita tiene poco menos edad que mi nieta menor, y tú pintas esperar a cobrar pensión, no queráis engañarme con cuentos.

—No, para nada —Harper tomó la palabra cuando el señor hizo ademán de correr la cortina—. La verdad es que necesitamos un lugar para pasar la noche. Y eso de novios es un juego nuestro, ¿Cómo cree que sea verdad? Sería una locura. En realidad soy su sobrina.

—De eso nada, no pienso consentir pedofilia ni incestos al dejaros entrar a mi hogar, id a otra parte.

—¡Pero no podemos irnos! Hemos caminado durante horas sin encontrar otro sitio.

—No es mi problema.

Y el anciano grosero les agitó la cortina en la cara.

Harper y Donovan suspiraron con cansancio. Se sentaron en el piso mojado, recostados de la pared de bloques, pensando en la mala suerte que cargaban encima y embriagados con el aroma a café que percibían del interior de la casita. Se estaban quedando dormidos ahí tirados cuando un sonido abrupto los sobresaltó, al abrir los ojos vieron dos orificios metálicos; eran de la escopeta con que el viejo los apuntaba.

—Marchaos de mi propiedad, pringados sin vergüenzas. ¡Ahora mismo!

Harper se levantó rápidamente, jalando a Donovan del brazo.

—Viejo decrépito de mierda —siseó ella cuando estuvieron lo suficientemente lejos para que una bala los alcanzara, pero también lo dijo en voz suficientemente alta para que el anciano la escuchara—. Maldito gaznápiro, gilipollas...

—¿Con esa lengua le rezas a Dios todos los días? —se burló Donovan.

—Y con la boca completa te chupo la polla, cabrón.

A Donovan no le quedó de otra que echarse a reír y sujetar su mano para transmitirle un calor del que desafortunadamente él también carecía.

Volvieron a las ruinas del maizal, Harper ahora con la rabia enredada en su garganta por la desdicha que los embargaba a los dos.

—Tendremos que acercarnos al motel —dijo Donovan.

—Oh, sí —ella ya se había olvidado.

Intentando no perder el deprimente porcentaje de paciencia que le quedaba, respiró hondo y apretó la mano de Donovan para volver a trazar el camino hacia el dichoso motel.

MOTEL MORTALTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon