Cuatro: Anfitriones misteriosos

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Las bisagras de la verja oxidada de la entrada chirriaron por el aparente desuso. Ambos caminaron cansados sobre la maleza hacia la estructura cuyo abandono ya no acreditaban tanto.

Los ventanales de la planta baja estaban cubiertos musgo, pero por roturas de los mismos, se dieron cuenta de que una chica residía dentro al asomarse.

Quedaron de pie frente al gran par de puertas de madera oscura, rogando tener suerte esta vez. Fue Harper quien extendió una mano para alcanzar la aldaba y golpearla dos veces contra la madera.

—¿Sí, buenas noches? —acudió la muchacha que vieron a través del hueco de la ventana—. Pasad adelante, que hace una noche fría.

Ambos entraron y Harper fue quien menos disimuló el gesto de desagrado. No sabía por dónde empezar a enumerar los defectos del interior; las paredes poseían grietas y yacían escarapeladas, revelando el montón de capas de pinturas varias con que antaño fueron cubiertas, también estaban abultadas por filtraciones y un olor a humedad se percibía en el aire junto al polvo de las esquinas y la suciedad que alcanzaban a iluminar las llamas de los velones.

La chica de al menos veintitrés años de edad, esbelta y con el pelo tinturado de rubio con raíces negras les dirigió una sonrisa ladina a sus posibles huéspedes.

—Me llamo Irene, permitidme ofreceros algo caliente, podéis tomar asiento mientras regreso.

Donovan hizo acopio de su cortesía y se sentó en un diván marrón por el que Harper apostaba que alguna vez fue color marfil.

—Que puto asco, parece más bien un hostal de mala muerte —no se preocupó en disimular el descontento con el lugar.

—Harp —él le dedicó una mirada severa, apenado con la simple idea de que la muchacha la escuchara desde la cocina—. Sé amable, por más inmundo que luzca todo, esa chica nos ha recibido con simpatía y sin preguntar absolutamente nada.

—Exacto, ha sido demasiado buena para ser real, no me parece de fiar.

—Un encanto en comparación al viejo del rancho.

Harper sacudió el pie, asqueada, para deshacerse de una chiripa que había trepado a la lengüeta de su zapato.

—Donovan, vámonos —insistió, ahora cruzada de brazos.

—Harper, no me apetece transitar a estas horas por un sitio desconocido.

—No te pregunté si quieres, he dicho que nos vamos. Ya.

Trazó el camino en dirección a la puerta, pero no alcanzó siquiera a rozar la madera porque Donovan la sujetó desde atrás por el antebrazo.

—Suéltame, carajo —farfulló al zafarse abruptamente.

—Razona.

—¡¿Que razone?! ¿Acaso no ves que este sitio parece el escenario de un jodido thriller? Es incluso igual a la mansión donde vivía Emily Rose en la película.

—Harper, ignoremos el tema de que el coche está lejos, que hace un frío que te cagas, y vamos a centrarnos en que hay un puto asesino serial suelto y que la radio ha advertido que el próximo homicidio puede ejecutarse cerca de Tenerife, ¿Ahora sigues prefiriendo quedarte en la calle?

Ella frunció el ceño.

—¿No has dicho tú mismo que eran sólo embustes de una emisora queriendo atraer espectadores?

—¿Y qué tal si me equivoco? —Donovan apretó los labios—. ¿Qué tal si lleva razón esa noticia y dentro de un andrajoso motel estás más segura que en el coche del año?

MOTEL MORTALWhere stories live. Discover now