Seis: Demencia inducida

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Harper arrojó la colilla del cigarrillo por la ventana y la dejó entreabierta antes de ir a atender a quien llamaba a la puerta. Al abrir, se encontró con Inés, la dueña de la mansión.

—No piensas pasar la noche aquí, ¿Verdad? —inquirió la señora apoyada de su andadera, suplicándole con la mirada que la respuesta fuese un rotundo no.

En ese momento, la electricidad parpadeó para avisar que todavía existía, pero no estaba dispuesta a amparar a los Zaldívar.

—Pues... La estadía ya no me parece tan mala, a ser sincera...

—Tienes que irte —advirtió la mujer de edad avanzada, echando su andadera hacia adelante para acercarse más a la huésped—. No estoy loca, te lo juro por el matrimonio de tantos años que tuve con el cascarrabias del rancho aledaño. Últimamente sí confundo muchas cosas y olvido otras, pero a él, a Dorian, sí le he visto por aquí antes.

—Donovan.

—Cómo se llame, niña, tienes que irte.

—Pero yo no...

—Escúchame bien, es tu asunto si quieres morir aquí, pero yo preferiría morir de hipotermia afuera o partida por un rayo a causa de la tormenta, pero no asesinada en un motel de mala muerte. Ellos planean algo, algo terrible, a veces oigo sus susurros tras las puertas y sé que traman cosas bizarras. Yo estoy a salvo porque me creen loca, me conviene darles el placer de hacerme pasar por demente, pero estoy cuerda, y créeme cuando te digo que afuera estás a salvo, porque si te quedas aquí, morirás esta noche.

—Señora, yo...

—Comencé a confundir muchas cosas cuando ese tipo Frank apareció un día jugando que era mi hijo, sé que él tiene algo que ver en toda esta bazofia. ¡Sólo tuve una hija, niña, la mamá de Irene! No estoy loca, joder, que no.

—¿Mamá? —la electricidad volvió de pronto, revelando la presencia de Frankie a mitad del corredor—. ¿Qué haces fuera de la cama? Venga, vamos, deja de incordiar a la chica, seguro que quiere descansar y no se lo permites.

La señora Inés agachó la mirada y se dejó guiar por su presunto hijo a la planta baja, no sin antes dedicar una última mirada aterrada a su huésped.

—Lo siento, Harper, no volverá a molestarte.

Cuando la iluminación de los bombillos volvió a ser exigua, ella trancó la puerta y comenzó a caminar por toda la habitación, ansiosa, inmersa en un debate mental entre si la anciana tenía razón o si en realidad estaba loca. Aunque ya habiendo atando par de cabos desde hace rato, la verdad es que ponía en duda que la viejita padeciera de Alzheimer.

—Me cago en la puta —farfulló al echar un vistazo a través de la ventana y ver, bajo la tormenta, el coche de Donovan acercándose en la lejanía por el sendero rocoso.

Media hora antes se habría alegrado al ver que regresaba, pero ahora era más lo que dudaba de él.

Harper se puso su chaqueta, husmeó entre las gavetas de la cómoda en busca de algo útil para defenderse, no encontró más que una caja de cerillos y los restos de un espejo roto; aunque dudó que eso llegase a servirle, cogió los cerillos y una de las esquirlas para aprovechar su filo si sus suposiciones resultaban ser corazonadas.

Como no quería alertar a nadie de su vagancia por la mansión, dejó el velón sobre la cómoda y salió descalza para que tampoco pudiesen detectar el peso de su andar. Encomendando su destino a quien fuera que estuviese más allá de las nubes y plegarias, comenzó a bajar peldaño a peldaño por las escaleras, cuidando de no tropezar ni, más peligroso aún, chocar por culpa de la penumbra con alguien.


MOTEL MORTALWhere stories live. Discover now