Una merienda en la mañana.

262 50 15
                                    

Cuando lograron salir del bosque, William se percató de que les había tomado toda la noche. Añorando la suavidad de una cama en la cuál descansar, tuvo que resignarse a mantener los ojos abiertos e ignorar el dolor en las piernas y en su brazo herido.

Al levantar la vista, y darse cuenta de que el cielo incluso de mañana seguía nublado, no muy lejos alcanzó a divisar una casa de ladrillo de dos pisos. Por la chimenea parecía salir humo.

-Estamos de suerte -le dijo el muchacho, guiñandole un ojo-. Vamos a llegar justo a tiempo para desayunar.

-¿No sería descortés irrumpir mientras desayunan? -le preguntó William, aceptando la mano que le ofreció para bajar por la colina.

-Para nada, ¡lo descortés sería negarle un plato de leche a este pobre gatito! -respondió él, con una risa-. Además, estoy seguro de que la señorita Hudson horneó muchas galletas, como siempre.

"Así que ahí también vive la señorita Hudson", William pensó en agradecerle y disculparse por haberle causado molestias el día anterior al poner su vida en peligro.

No le cabía duda de que su llegada le había causado muchos problemas y fastidios a todos los habitantes, y lo mejor que podía hacer era disculparse e intentar no meterse en más líos.

La casa tenía un jardín un poco abandonado, los arbustos estaban secos, lo que parecía ser un viejo roble ya no contaba con sus hojas, además, de una de sus fuertes ramas colgaba un abandonado columpio. Entre la maleza habían pedazos de cristal y por la parte de la ventana se había alzado mucha hierba. Vio una mesa de madera con cuatro sillas, dos de ellas tiradas en la tierra. Ni hablar del letrero con palabras casi despintadas de las cuales solo rescató una H y una F.

El muchacho dio tres golpecitos en la puerta de madera y esperó con una sonrisa juguetona y su esponjosa cola meneandose.

-¿Sí? -un hombre de traje verde olivo abrió la puerta.

Las enormes orejas de liebre se lucían junto a ese elegante sombrero color negro y hacían juego con el moño anaranjado que adornaba el cuello de su camisa.

"¿Cuántas personas con orejas de animales hay en este lugar?", se preguntó William, sin poder evitar un suspiro.

-¡Buen día, señor Watson! -lo saludó el muchacho-. Pasaba por aquí y recordé que hace mucho que no vengo a visitar a mis mejores amigos. ¿Eso que huele tan bien es pastel de mantequilla?

El señor Watson suspiró.

-Más vale que traigas las bayas que Sherlock te pidió hace una semana, Bond. De otra manera, te arrancara las orejas y las usará para su siguiente invento -le advirtió, después notó la presencia de William-. ¿Quién es?

-¿No es lindo? -Bond le pasó un brazo por los hombros y restregó su mejilla contra la de William-. Lo encontré solo en el bosque. El pobre casi fue devorado por el Bandersnatch. ¡Y por si fuera poco no ha probado bocado alguno desde ayer! Watson, ¿vas a dejar que se muera de hambre esta pobre e inocente alma?

El hombre inspeccionó a William con la mirada, luego a Bond. Y al final entrecerró los ojos.

-Bien, pero no me hago responsable de lo que te haga Sherlock.

-¡Eres un amor! -exclamó Bond, alegre. Y a continuación, se dirigió a William-. Después de ti, cariño

La casa tenía un aire más rústico por dentro que por fuera. Toda la sala estaba llena mesitas con libros desordenados y algunos hasta tirados por el piso. Extraños amuletos colgados debajo de las escaleras, repisas con frascos que parecían contener los ojos de quién sabe que cosa y dedos que afirmaban haber pertenecido a personas, aunque eran más largos de lo común.

Entre teteras y relojes (Sherliam) Yuukoku no Moriarty Where stories live. Discover now