Epílogo

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Bajo un soleado cielo, una barca se desliza calladamente en el sueño de una tarde de verano.

-¡Profesor! ¡Profesor Moriarty! -gritaron los niños, mientras corrían en dirección al árbol donde estaba descansando su querido profesor.

-¡Oh, de nuevo está echando la siesta aquí! -dijo una de las niñas.

-¡Despierte, profesor, despierte! -exclamaron dos niños mientras zarandeaban sus brazos.

William abrió los ojos y bostezó.

-Ya estoy despierto, niños -dijo con voz somnolienta-. ¿Qué ocurre?

-¡Tiene una visita, profesor! -respondió una de las niñas.

William se puso de pie y caminó hacia la mansión, seguido de los demás niños que se le habían colgado de los brazos como solían hacer las hojas.

En el patio había más niños sentados sobre un pedazo de tela de colores que él mismo había cocido, mientras leían libros y memorizaban las tablas. Del otro lado del jardín se encontraba su hermano Louis dando sus clases de pintura a cinco niños y siete niñas que mezclaban varios colores para lograr el deseado.

-¡Profesor Moriarty! ¡Mire lo que he pintado! -le dijo Angélica mientras se acercaba a él y le mostraba el lienzo donde había pintado flores con ojos y boca que parecían estar hablando entre ellas.

-¡Vaya! Que hermoso trabajo has hecho -le alabó William mientras acariciaba su cabeza con suavidad, haciendo reír a la niña.

-¡Es como en su libro! -exclamó ella-. Profesor, ¿nos puede contar otra de sus historias?

-Me parece que fue ayer que les conté una, pequeña.

-Sí, pero hoy es hoy. ¡Por favor! Todos queremos escucharlo.

Los demás niños asintieron con emoción. Y a William solo le quedó suspirar, rendido ante la petición. Aunque a él también le encantaba cuando todos se sentaban a escuchar un cuento.

-Bien. Pero primero terminen sus clases de pintura. ¿De acuerdo?

Su hermano Louis sonrió al verlo y les pidió a los niños que comenzaran a agregar los tonos blancos para la luz en sus pinturas.

-Escuché que hay una visita -le comentó William, sonriente.

-Y una que no se tomo la molestia de avisar que vendría -bufó Louis.

Conocía ese tono molesto. Solo podía significar una cosa. Y William se apresuró a entrar a la mansión para recorrer los pasillos, teniendo cuidado de no chocar con ninguno de sus alumnos. Saludó a Irene que se encontraba en el salón de matemáticas probando atuendos a los niños para una futura obra de teatro que iban a dar ese verano. Ella interpretaba a uno de los personajes, vestida con ropa masculina, y se había tomado tan en serio el papel que incluso se cortó el pelo.

Fue tan amable en darles consejo y clases a los niños durante esos dos meses que se encontraba "descansando" de sus papeles. Incluso había invitado a dos amigos suyos que hace dos años le presentó a William. Siendo un coronel retirado y un joven amante de los gatos casi no hablaba pero que había ayudado mucho con el jardín de rosas.

Sin duda alguna, las cosas habían cambiado mucho en esos últimos años. La mansión ya no estaba llena de los antiguos socios de su "padre" que siempre buscaban el momento de su caída. Ya no había sirvientes que cocinaran o limpiaran. De eso se encargaban ahora Louis y William.

Por los pasillos ya no había murmullos traicioneros, si no gritos alegres y el sonido de los zapatos de los niños al correr.

Habían levantado las cortinas de cada ventana enorme para que el sol entrara y alumbrara cada sala y pasillo. Ya no era solo un pequeño rayo de sol que se colaba entre la tela.

Entre teteras y relojes (Sherliam) Yuukoku no Moriarty Where stories live. Discover now