En las manecillas del reloj se esconde un secreto.

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Pensar en todos los demás antes que en sí mismo era su deber. Nadie se lo dijo con palabras, pero lo dedujo por cada expectativa que su padre puso en sus hombros.

Pensar en su hermano.

En su padre.

En todo aquel que pidiera ayuda.

¿Y que pasaba cuando el que necesitaba ayuda era él?

"No llores, amor mío, yo cubrire tus ojos para que no tengas que ver la realidad.
Porque lo que no ves... no existe."

Cuando Mycroft dejó de tener quién le cubriera los ojos, se enfrentó a una realidad en donde preguntar no debía ser parte de su ser. Las respuestas las debía tener él en todo momento. De otra manera, las sombras que lo observaban, con paciencia, se lanzarían sobre él y lo devorarían por completo.

Ser el hermano mayor y el futuro de la casa implicaba no dejarse llevar por el pánico. No compartir sus preocupaciones y dar soluciones inmediatas. Aunque a veces Mycroft se permitía bajar la guardia por un instante con Sherlock, jamás fue lo suficiente como para romper el semblante de "hermano mayor responsable".

Cada gusto por algo debía ser en lo que estuviera de acuerdo su padre. Medicina, matemáticas, lecturas. Y si seguía cada receta al pie de la letra como lo ordenaba, mejor.

"Mi hijo, mi orgullo, mi muchacho".

Adaptarse era la salvación. Y por un tiempo intento que su hermano hiciera lo mismo. Trató de extender su mano para que no se alejara por la corriente, lejos de aquel barco que era su hogar, siempre en constantes tormentas.

Sherlock era diferente. Hablaba como le parecía y decía lo que opinaba que era correcto. Y hasta cierto punto, se le hacía admirable. Que su hermanito tuviera más coraje que él terminó por poner en prueba la cobardía que siempre se esforzó en esconder.

Cada uno tenía su forma de evitar ahogarse. Sherlock descubrió su forma. Y Mycroft se acostumbró a vivir con la suya, por más doloroso que fuera. Era mejor respirar dolorosamente que no poder respirar.

Así fue... hasta que lo conoció a él.

-Majestad, el señor Holmes y su hijo han llegado -anunció el sirviente.

Hace unos días el rey había enviado un mensajero con una carta en donde solicitaba con urgencia la presencia del señor Holmes. Y su padre había insistido en que Mycroft lo acompañara al palacio.

Ambos hicieron una leve reverencia.
La voz ronca del monarca hizo que se le pusieran los pelos de punta, no por temor, sino por el imperfecto en su tono. Como quien no puede respirar por un problema en los pulmones.

-Acérquese -le ordenó a su padre. Desesperación cubierta por la arrogancia que prevalecía incluso en su delicado estado-. ¿Cree que su medicina pueda hacerme recuperar la salud que este dolor ha estado estrujando?

-No puedo asegurale nada, majestad -respondió el señor Holmes-. Pero si me permite hacerle una revisión, puede que encuentre algo que logre calmar ese dolor, y quizas con el tiempo... algo que logre desterrarlo por completo.

-Adelante, entonces -murmuró el rey.

Mycroft asistió a su padre en esas dos horas. Luego de que revisara el pecho del rey, encontró un problema que se había expandido hasta la punta de sus pies, provocando que perdiera el control de estos, y ahora se había establecido cerca de su corazón.

En todos los libros, jamás había leído algo parecido a esa enfermedad. Sin embargo, la falta de conocimiento en esta no hizo que su padre diera un paso atrás. Se empeñó en hacer una medicina con todos los ingredientes que había traído consigo, y cuando el reloj tocó las cuatro de la tarde, un menjurje color negro y de sabor amargo había llenado tres frascos de vidrio.

Entre teteras y relojes (Sherliam) Yuukoku no Moriarty Место, где живут истории. Откройте их для себя