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13 de Noviembre, 1995

La verdad era que ahora cuando se veían en los pasillos encontraban sus miradas puestas en el otro.

Para Luna seguía siendo el destino y para Draco seguía siendo casualidad.

Cuando sostenían la mirada por un tiempo prolongado ella saludaba sacudiendo su mano, él no le respondía de vuelta, al menos no con un gesto, lo hacía con sus ojos, Luna siempre notaba como todo lo que no demostraba brillaba en sus pupilas.

Se preguntó a sí misma desde cuando le gustaba verlo con el uniforme de Slytherin, ese color verde esmeralda lucía a la perfección con Draco, simplemente resaltaba muy bien.

Harry fue la primera persona en enterarse sobre esto y quedó bastante impactado, Luna le explicó que Draco quizá no fuera tan malo como él creía. Pero Harry seguía insistiendo que sí lo era y le fue difícil comentar más al respecto sobre lo que sentía.

Su padre le contó muchas veces como se sentía el amor y ella creía que ahora mismo se sentía de esa forma. Le gustaría no estar equivocada al respecto.

Aunque era difícil de saber si Draco podía sentir lo mismo, le gustaba ignorarla cuando sabía que ella lo miraba y siempre era muy cortante. Pero Luna mantenía su paciencia.

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La torre de astronomía no solo era su lugar seguro en la noche, pero también en el día.

Ese fin de semana decidió disfrutar del atardecer en el lugar, el viento frío chocaba con sus mejillas y la hacía sentirse bastante libre y enamorada del paisaje.

Los colores amarillentos y anaranjados que pintaban el cielo y pronto se iban tornando de azul oscuro a negro la entretuvieron por al menos una hora que adoró.

Esa noche no sintió la necesidad de comer algo y se dirigió directo a la sala común de Ravenclaw, donde decidió por tomar un libro y leer un poco. Era un libro muggle y Luna adoraba los libros muggles, tenían alguna no-magia que la conmovía.

El libro hacía mención todo el tiempo de las constelaciones y como el protagonista las usaba para explicar su simple pero dolorosa vida.

Le pareció que debía comprarlo y mostrárselo a su padre, de seguro lo amaría tanto como ella.

Pronto el sueño la consumió y la hora de dormir llegó.

Encuentros desprevenidos - Druna Where stories live. Discover now