LEJOS DEL NIDO

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- ¡¿A la capital?!

El conejo casi salta de la mesa al oír la petición de su hija. Se recoloca las gafas circulares aún tratando de asimilar las palabras de Willow. Ella mira el plato avergonzada, como si aquellas verduras cocidas fueran lo más interesante del mundo.

Ha pasado toda la semana pensando en sus "vacaciones" en la ciudad. No ha podido olvidarse en ningún momento de esos ojos amarillos. Cada vez que cierra los ojos, puede ver los suyos, cada vez que se acerca a los calientes hornos, puede sentir la calidez de ese pelaje negro.

Rose se quedó igual de sorprendida que su padre por sus planes cuando le pidió un mes libre en la pastelería. Nunca antes había cogido días de descanso así que, por derecho, tenía suficientes como para desaparecerse el tiempo necesario. 

Era una idea descabellada. Vivir en la ciudad. Alejada de su familia y de la protección de aquél pueblo. Pero cada vez que recuerda las asquerosas manos de Egmont sobre su cuerpo, comprende que no está tan segura como cree. 

Siente la necesidad de buscar la seguridad que encontró junto aquel lobo. Un lobo. Es loco. El primer depredador que ha visto en su vida. Fue una experiencia tan... irreal, que a veces cree haberlo imaginado.

Hablando de Egmont, no volvió a aparecer por Sherfield. Los rumores no tardaron en rondar por la ciudad. Algunos sabían que salió con la linda coneja del pueblo la noche de la desaparición. Es por eso que muchos la acusan. Más insultos, más malas miradas, que solo hacen querer marcharse a la coneja. 

- Papá. Debo aprender a abrirme camino en mi propia vida.- Se arma de valor la chica mirando a los ojos a sus progenitores. -Solo será un mes y la capital es segura. 

El hombre mayor niega con la cabeza repetidas veces. Su madre solo observa la discusión. Es su última hija y que abandone el nido les aterra. Sobretodo con esos grandes sueños tan suyos.

- Por favor. ¿No merezco una oportunidad?

Esos ojos. Esos ojos claros tan llenos de sentimientos. El hombre no puede decirle que no a su querida hija. También ha oído los rumores y habladurías sobre ella y sabe que a lo mejor, si se aleja del pueblo una temporada, cesarán los chismes.

- Está bien.- Willow se sorprende cuando es su madre la que responde.

- ¡Gracias, gracias, gracias!- Chilla la chica feliz, dando pequeños brincos por todo el salón y abalanzandose sobre su padres en un calido abrazo.

Por fin. La oportunidad que necesitaba para descubrir mundo. Para descubrir los secretos que se ocultan tras ese bosque que, a pesar de haber visitado solo una vez, le ofreció su protección.

Hablando de él, no puede evitar observar la arboleda desde la ventana, aún abrazandolos, y de nuevo lo siente. Ese cosquilleo extraño, esa forma de sentirse observada. Lleva sucediendole toda la semana y, a veces, juraría ver dos luceros amarillos en la oscuridad de aquel parque.

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Aquella forma tan suya de caminar, moviendo las caderas de lado a lado haciendo volar su falda, le taía loco. Ha estado toda la semana observandola. Se siente un maldito acosador siempre entre las sombras. Pero no puede evitarlo.

El lazo la acerca a ella como una polilla a la luz. Ese aroma. Ese increíble aroma dulzón que pica su nariz de licantropo. Ya no puede concentrarse sin ella. Le duele volver a la ciudad y abandonar ese frondoso bosque desde el cual puede espiarla. 

Ahora lo hace de nuevo. Aquella chica camina despreocupada por la calle con la maleta en la mano. Con una linda sonrisa tatareando la canción. La melodía que llega a sus agudos oídos. 

- Una conejita brinca y brinca sin parar... Pero un lindo lobito se la comerá.

El hombre no despega la mirada de ella ni siquiera cuando se sube al autobús que la llevará hasta la ciudad. La ve dudar durante unos segundos frente al vehiculo. Tiene miedo, pero no va rendirse tan pronto. 

De alguna forma, esa valentía, le hace sentirse orgulloso.

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El sonido del ajetreo de la ciudad sorprende al principio a Willow, que mira a su alrededor espectante. La gente va de un lado a otro con paso rápido y, aunque ya se ha ido, a la coneja le gustaría sentir la seguridad del autobus que dejó atrás.

Sujeta la maleta contra su pecho tratando de ralentizar sus latidos. En parte por el temor a lo desconocido, en parte por las nuevas emociones que la abordan. 

La ciudad está llena de girnaldas de colores y puesto de comida que huelen deliciosos. Los edificios son más altos que las casitas del pueblo, pero no deja de tener ese estílo rústico y natural que agrada tanto a su parte animal. 

Willow por fin se decide a caminar. Haciendose hueco entre toda la gente que camina despreocupada pero rápida dejandose llevar por la feria. 

Mes y medio completo lleno de fiesta y diversión, que terminarán con la coronación de alguno de los candidatos al puesto. 

¿Y luego? Luego volvería a su pequeña casita en Sherfield con sus padres a los que prometió regresar antes de que terminase la primavera. 

Hombres y mujeres pasan a su alrededor, ríen y charlan y, por primera vez, Willow no se siente observada ni juzgada. Aún que si un poco abrumada por la cantidad de habitantes de la capital. 

- ¡Vota por Brent! ¡Vota por el cambio!- Grita una chica joven en uno de los puestos repartiendo pegatinas con la cara conocida del candidato. 

- ¡Oye coneja! ¡Mira por donde andas!- Le gruñe un enorme hombre cuando choca con él por andar distraida. 

Murmura una disculpa y continua caminando, esquivando personas, hacia el hotel en el que pretende hospedarse. Pasa por la plaza, aún más abarrotada donde solo alcanza a oír gritos y aplausos de la gente que se aglomera al rededor de una plataforma parecida a un escenario. 

- ¡Así que ahora demosle la bienvenida al esperado Lion! 

La presentación de aquel señor por el megafono llama la atención de la coneja que, curiosa, deja su camino hacia el hotel y se acerca al mogollón de gente que espera la entrada triunfal del susodicho. 

Más aplausos y vitores. Willow trata de ver al famoso león pero es tan bajita que lucha, a saltos, por ver por encima de los hombros de los de delante.

Entonces lo ve. Un hermoso joven de pelo rubio y piel morena que sonrie a todos a su paso saludando al público que parece adorarlo. Willow solo puede pensar que es más alto de lo que esperaba. Todos ahí lo eran. Y es que los depredadores, por naturaleza, suelen ser más grandes. 

- Gracias, gracias a todos. - Agradece Lion llegando al estrado.

Comineza entonces un estudiado discurso en el que habla de igualdad y mejoras para la capital y todo el pais. Habla de valores y principios de tolerancia y convivencia. A Willow le brillan los ojos solo de pensar ese idílico paisaje. Sin duda sería una mejora para especies como la suya... para los más pequeños. 

- Sin más dilación quiero presentaros mi nueva propuesta. El nuevo apoyo para mi campaña. Si hablamos de igualdad, deberíamos hablar de Orión Alexander Ottomar. 

Todos los presentes comienzan a aplaudir eso es, claro, hasta que aparece la enorme e intimidante figura del lobo que, sin darle mucha importancia al repentino silencio, camina al lado del león.

Lion continua su discurso al ver el incomodo silencio, suelta algunas bromas que aligeran el ambiente y la gente comienza a relajarse.

Willow no está para nada relajada. Entre la gente examina al apuesto pelinegro cuya mirada recorre el público impasible. Le reconocería en cualquier parte. Era de noche en el bosque, y veía borroso de tanto llorar, pero reconocería la mirada intensa de aquel lobo a kilometros de distancia. 

Sobre todo cuando los ojos de ambos hacen contacto. Como en este preciso momento.


Un lobo para la conejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora