Capítulo seis

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ELLA ERA DIVERTIDA. Su Alteza Real, la Princesa Viuda Kim Nerilla, se paró a mi lado y me susurró secretos en voz baja, recordándome a algunas de las dulces mujeres sureñas que conocí en Nueva Orleans que decían cosas escandalosas con sonrisas cálidas y acentos encantadores. La madre de mi mejor amiga Ode lo hacía todo el tiempo.

—Oh, Wonwoo, —decía, —esa Bernadine, bendito sea, hace la mejor mermelada de la parroquia... y es tan puta.

Yo me reía mientras las palabras melosas caían de su lengua con la púa amarga del final. Fue lo mismo con Nerilla. Tosía entre opiniones, me guiaba por la habitación, rápidamente por ciertos grupos, dando rápidas disculpas mientras seguíamos caminando, parando para presentarme a otros, siempre agarrándose de mi brazo, sin dejarme aceptar nada, sin pequeñas cajas de regalo, sin bolsas con cordón, y sin invitaciones para visitas. Era encantadora cuando levantaba su mano mientras intentaban pasarme algo.

—Oh no, no podría, —dijo tan dulcemente que no había forma de que nadie se ofendiera.

Incluso cuando me invitaron a bailar, ella también rechazó esas invitaciones.

Ni siquiera entendí de qué se trataba la última hasta que se abrieron puertas que no había notado antes. Esperaba un cuarteto de cuerdas, pero, Nerilla me dijo que el rey no hacía las cosas así. Sólo se hizo grande, así que había una banda de veinte personas con saxofones, trompetas, trombones, un piano, un bajo, una batería, e incluso un par de tipos con guitarra.

—Eso es impresionante, —le dije a Nerilla.

—Ese es nuestro rey, —dijo ella, sonriéndome.

Era agradable que todos se divirtieran, y cuando le pedí a Nerilla que bailara, me dijo que por supuesto lo haría, después.

—¿Después de qué?

—Mingyu es el primero, —me dijo. —Después de que te lleven a la pista de baile con él primero, después de eso seré tu compañera constante.

—Gracias por cuidar de que no me meta en problemas, —le dije, tomando su mano en la mía, listo para encontrar a Mingyu. —Jeonghan suele ser el que tiene ese trabajo.

Ella asintió.

—Estoy deseando conocerle ahora.

—¿Por qué no pudiste antes?

—No es apropiado sin el consorte del príncipe. No puedo estar a solas con el rajan del príncipe, o con el príncipe, pero contigo todo es posible.

—Eso me parece una locura.

Se encogió de hombros. —Hay reglas de decoro en la corte.

—Es una tontería.

—Pero sin ellas, sólo puede haber anarquía.

La guié a través de la multitud, y cuando me detuve para decir —perdón— cuando la gente se volvió, actuaron como si los hubiera asustado.

—Lo siento, —dije rápidamente mientras casi salían de mi camino.

Ella se rió.

—Eso es malo, —le aseguré, tirando de ella tras de mí, haciéndola agarrar la voluminosa falda de su vestido para que no tropezara con el vestido de seda marfil que se arremolinaba a nuestro alrededor, cubierto de encaje antiguo y tachonado de perlas.

Yo había conseguido algo de su historia mientras hablábamos con otras personas. Ella era de lo que ahora era Camerún, y provenía de una familia de eruditos. Había conocido a Cassius cuando vino al palacio con su familia. Él había pasado, dijo, algunas de las mujeres más hermosas del mundo para llegar hasta ella.

HC (Meanie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora