Capítulo 01: Problema Ginebra

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A la hora de la verdad, la ciencia se asemeja más de lo que creemos a la magia

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A la hora de la verdad, la ciencia se asemeja más de lo que creemos a la magia.

Lo noto por cómo mi cuerpo, aun contra mi propia voluntad, empieza a pesar más de lo normal. Como si no fuese mío, como si yo no tuviese más poder sobre él. Pesado. Semejante a una piedra. Tenso los brazos detrás de mi espalda, pero no es algo que yo controle. La rabia empieza a subir por mi garganta a medida que una pierna cede ante la otra, dejándome de rodillas frente al resto de la clase. Bajo la cabeza, sumisa. Quiero gruñir, intento evitar lo inevitable, y sin embargo es imposible. Soy débil ante la fuerza de los demás.

Las felicitaciones sobran, pero empeora a medida que empiezo a oír los aplausos de fondo.

—Excelente demostración, Sawyer. —El profesor Signer está sonriendo, satisfecho, palmeándole la espalda a su alumno favorito—. Tienes un don excepcional. ¿Puedes explicarnos cómo funciona?

Mientras más quiero luchar en su contra, menos poder tengo sobre mi propio cuerpo. El don de Sawyer se siente como un torrente invadiendo mis venas, el veneno en él no deja lugar a nada más que su voluntad.

—Puedo controlar a las personas, profesor Signer. Las despojo del dominio de sus cuerpos, por lo que ellos me lo ceden a mí. —A medida que el rubio insoportable habla, empiezo a levantar mis brazos, moviéndolos en círculos a ambos lados de mi cuerpo—. Soy como un intruso en su sistema nervioso, por decirlo de alguna manera divertida.

Sin previo aviso, levanto mi cabeza para verlos ahí, de pie frente a mí, analizándome como se investiga a un bicho raro.

—Eres un parásito, Sawyer —logro escupir las palabras en un susurro, pero estas me rasgan la garganta. Duelen. Pelear contra esto duele.

El aludido sonríe, para luego acomodarse las gafas sobre el puente de la nariz. El profesor Signer, a su lado, enarca una ceja.

—¿No controlas también lo que dicen? —farfulla—. Es una pena.

Sawyer deja caer un poco su cabeza, lamentándose.

—Realmente lo es. Tampoco puedo meterme en sus pensamientos, aunque sí soy buenísimo haciendo que se muerdan la lengua.

Antes de que pueda darme cuenta, mis dientes aplastan entre ellos el interior de mis mejillas. El sabor metálico de la sangre no tarda nada en hacerse sentir.

—Es suficiente. Déjala en paz. —El profesor pierde todo gesto de amabilidad en cuanto tiene que enfrentarse a mí, ahora sin un ñoño cualquiera controlando mi cuerpo.

Soy capaz de percibir la rapidez con la que Sawyer me abandona, y lo débil que me deja en comparación. Mis extremidades caen sobre el suelo, dormidas. Me toma alrededor de quince segundos volver a sentir que me pertenecen, que puedo moverlas como llevaba toda la vida haciendo. Puede ser que no sea mucho tiempo, pero tan solo un par de segundos se sienten como una eternidad cuando tienes una clase entera esperando que te levantes.

Deja que brille ©Where stories live. Discover now