Capítulo 11: Allá donde la luz vaya

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Sé que la peor manera de morir es ahogarse

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Sé que la peor manera de morir es ahogarse. 

Lo descubro en la angustiante e insaciable necesidad de respirar que, de un momento a otro, me marea, haciéndome sentir débil.

Miro hacia todos lados, desesperada por la falta de aire. No oigo nada. No hay click, ni gritos, ni posibilidad de llamar por ayuda. Mis pulmones comienzan a chillar pidiendo aire y tengo que cerrar los ojos. Aunque intente impulsarme hacia arriba, no puedo subir. La cadena en mi pie solo me permite alejarme un par de centímetros del suelo, pero no los suficientes ni para alcanzar a nadie del grupo, ni para intentar escapar. Vuelvo a abrir los ojos y busco la superficie. Sigue allá arriba, y soy capaz de distinguir cómo el agua está cada vez más cerca de permitirles al resto irse sin mí.

Intento calmarme, buscar alguna solución, porque a cada segundo que pasa es peor. La desesperación me enloquece y no sé cómo actuar, aunque sé que están observándonos y que saben que estoy a punto de ahogarme. Pararán esto de ser necesario, y si no lo hacen... debe ser porque todavía hay algo que hacer. 

El hilo dorado sigue fuera de control, en especial cuando empieza a enrollarse de nuevo en mi brazo. Perfecto, no funciona bajo el agua, ahora sí que estoy arruinada.

Vuelvo a cerrar los ojos. Tengo que pensar. Moverme tanto no va a llamar la atención, y tampoco puedo detenerme a esperar que se den cuenta de que están dejándome atrás. Ya me lo advirtió Even, no puedo dejar que alguien más se haga cargo de salvarme. Debo hacerlo yo sola, incluso cuando menos parezco poder lograrlo.

Pero no tengo ningún don. No hay habilidades extranaturales, ni una sorpresa con la que dejar a los demás anonadados por mis capacidades. Lo único que tengo es un hilo de mierda que ni siquiera me pertenece, y un par de pulmones que cada vez están un poco más cansados.

Me abrazo a mí misma, acercando ambas rodillas a mi pecho y ocultando la cara entre ellas. Si todavía puedo salvarme, hacer algo, tiene que ser ya. En cuestión de segundos. Y si el hilo dorado no puede extenderse hasta donde se lo pida... algo más debe poder hacer. Lo miro justo ahí, en mi brazo, cerca del hombro, donde se enrolla. Recuerdo cómo se iluminó cuando Jean me hizo enfadar. Cuando usó todo su don contra mí para que explote y lo libere de la maldita silla. A lo mejor es lo único que me queda, por contradictorio que parezca. Brillar. Hacerlo y esperar que sea suficiente como para que alguien se dé cuenta.

Así que vuelvo a hacer memoria de todas las situaciones que me llevaron al límite. Quiero concentrarme más en ellas que en la desesperación del momento, que en el detalle de que estoy quedándome sin aire. Nathaniel saltando de la cornisa, llevándome con él bajo una promesa. «Yo te haré libre». Mamá y su mirada de decepción después de eso, viéndome despertar. La misma cara de miedo que tenía el día que me trajeron aquí, lo extraño y confuso que se sentía todo, y que todavía sigue sintiéndose. Cómo poco a poco empieza a ser costumbre que sea Jean quien más me provoque. Quien consiga que yo me enoje tanto, tanto, hasta desconocerme a mí misma. Y finalmente... Morgan. Su emoción cuando tuve que irme, aun cuando eso significaba tener que dejarla sola. Todas esas veces que discutimos a los gritos y luego nos acostamos las dos, solas, a pedirnos disculpas mil veces.

Deja que brille ©Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz