Capítulo 03: Un suero en mi sangre

5.4K 525 27
                                    

—¿Por qué se supone que tengo que trabajar con ridículas como esta? —replica el chico a mi lado, bastante enfurecido, ante la mirada severa del profesor Signer—

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Por qué se supone que tengo que trabajar con ridículas como esta? —replica el chico a mi lado, bastante enfurecido, ante la mirada severa del profesor Signer—. ¡Ni siquiera tiene un don! ¡No deberían permitirle estar aquí en primer lugar!

Nunca vi a alguien tan paciente como este profesor, es algo que tengo que admitir. Pareciera que hasta es su don, porque incluso yo quiero partirle la cara al tonto con el que intenta emparejarme para practicar.

—Jean, una palabra más y... —intenta cortarlo Signer, pero se interrumpe a sí mismo de forma abrupta.

Lo que antes se veía como una expresión de enfado en él, poco a poco se convierte en una sonrisa tranquila y afable. Acaba de calmarse con la misma rapidez con la que yo me percato de lo que está sucediendo.

—¡Estás usando tu don con él! —exclamo, poniéndome de pie.

—Dime algo que no sepa —ironiza, poniendo los ojos en blanco.

Sin darme cuenta, arrastro la silla en la que estaba hacia atrás, y esta cae causando un estruendo más fuerte de lo planeado. El resto de la clase voltea a vernos, molestos e interesados al mismo tiempo.

—Detente —le ordeno al muchacho, ignorando lo que acaba de suceder—. Sea lo que sea lo que le estés haciendo, para ahora mismo.

Veo cómo la burla asoma por los labios del tonto junto a mí, encubriéndose detrás del brillo divertido en sus ojos.

—Detenme si puedes —dice entre risas, devolviendo toda su atención al profesor Signer—. ¿No te lo dijeron ya? Este no es lugar para ti. ¿Qué mierda haces en una Academia si no tienes don alguno?

Ante la ausencia de una persona a cargo, el resto de los estudiantes empiezan a abandonar las tareas que les fueron asignadas, y se dispersan por toda la sala. Con los nervios de punta, me veo obligada a insistir antes de que esto pase a mayores.

—Jean, hablo en serio, para —pido, alzando la voz—. Esto ya no es gracioso. Van a expulsarnos si...

—No, no, no hables en plural. No te conviene. —Poniéndose de pie a mi lado, la diferencia de altura entre nosotros no es tanta como esperaba, algo que nos sorprende a ambos. No es que él sea bajo, ni mucho menos—. Te expulsarán, tal y como debe ser, ¿pero a mí? ¿Crees que van a perder la oportunidad de tenerme?

—¿Disculpa? —Encogiéndome de hombros para enfrentarlo con un poco más de seguridad, me ocupo de mirarlo directo a los ojos—. No te conoce nadie, inútil. Hacer esto es patético. E inmaduro. Así que para ahora mismo o...

—¿O qué? —sigue él, demasiado divertido como para verme como una amenaza—. ¿Vas a usar tu don para...?

Apenas soy capaz de detenerme a pensarlo.

Desde que inició esta clase de entrenamiento, no perdí de vista la soga amarilla que traía Signer bajo el hombro. La conozco de sobra gracias a mamá, en parte, y también al haber prestado atención a todas las explicaciones que el resto omitía. Está hecha de un material que inhibe los dones de quienes tienen contacto con ella, por lo que solo tengo que quitársela al profesor, estirarla en mis manos y rodear con ella el cuello de este estúpido prepotente.

Deja que brille ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora