1 Carolina No mires atrás.

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Mi historia... Mi historia pasó de ser protagonizada por una chica que lo tenía todo, hasta llegar a ser una chica que llegó a tener menos que nada. Pero aquí estaba. En un lugar donde muchos no querrían estar, donde la oscuridad humana se reflejaba por la falta de recursos y de educación de la sociedad.

Suspiré, cogí aire y lo dejé ir lentamente por la boca; como si mi alma pidiera piedad a un Dios que parece que me hubiera abandonado a mi suerte. No sabía adónde ir, estaba paralizada en medio de las calles de esta ciudad que nació para los soñadores. Me estremecí. Tenía miedo y me sentía sola... Miré el móvil por milésima vez para comprobar si le importaba a alguien en este mundo; me di cuenta de que no.

De pequeña siempre había soñado en venir a esta ciudad, una ciudad donde se dibujaba una línea muy fina de unión entre el cielo y la Tierra: Barcelona. Lo terrenal con lo divino, lo imaginario con lo real. Pero no veía nada de todo lo que había soñado de pequeña. No veía la línea entre el cielo y la Tierra. Solo veía que lo terrenal y lo divino desaparecían entre los barrios de bajos recursos donde me encontraba. Lo real en ese barrio era cruel... Supongo que Barcelona no es tan bonita si no tienes dinero para poder mantener tus sueños.

Había gastado todos mis ahorros para comprar el billete de avión y el del metro. Llegué hasta aquí, y resulta que el barrio que se convertiría en mi casa era el Raval: un barrio de la ciudad de Barcelona que se caracteriza por la interculturidad. Casi todos los edificios del barrio eran antiguos y las fachadas de muchos edificios se caían por la falta de mantenimiento. Igual que yo, aquí muchos emigrantes habían venido a probar suerte a la ciudad de los sueños.

Todo era ruidoso... Las ambulancias, los coches de policías arriba y abajo, los indigentes tirando su última botella o su último aliento – con los últimos, a veces me costaba distinguir entre un estado u otro.

No estaba acostumbrada a este ambiente. Los nervios me consumían, el miedo a que alguien me pudiera atracar, dañar, violar o simplemente matar me asustaba. Estaba realmente asustada. Mientras caminaba por estas calles, rebusqué en el bolso la dirección de la casa donde me iba a alojar. En realidad, se trataba de una pequeña habitación con una ventana tan pequeña que ni mi cabeza podía caber en ella.

La dueña del piso era una mujer mayor, agradable. Su voz sonaba ronca por el desgaste de la edad. Durante mucho tiempo, estuve buscando y rebuscando un piso para mi sola. Llamé a infinidades de agencias, busqué a esas webs de anuncios de alquileres... Pero no había nada que pudiera pagar en esta ciudad. Ella fue la única que me ofreció un precio bajo, así que me tuve que conformar con una habitación en un piso compartido con tres chicos que, según lo que me explicó la dueña, eran sus hijos. No podía quejarme. Si esto es lo que Dios y mis recursos me ofrecían, tenía que aceptarlo sin más. La mujer me ofreció un hogar que quizás me podría acercar a la curación que tanto necesitaba.

Suspiré.

Al final, la idea de un hogar no tiene que alinearse con la idea que tienen los demás; es decir, un lugar cálido, sin ruido, lleno de paz y de tranquilidad. Puede que la gente como yo necesitemos el caos en nuestros corazones: el ruido, las risas, las comidas alborotadas, o simplemente una familia...

Había conseguido organizar el viaje con solo dos días, mientras planeaba cómo escaparme de ese orfanato que me tenía oprimida. Ese lugar... Era como una punzada en el corazón que me obligaba a presionar mi mano en el pecho. Ese maldito lugar me impidió soñar, correr descalza, decir te quiero, dar un beso sin motivos... Me recordaban constantemente el sitio que debía mantener y al cual ellos creían que pertenecía. Me convencieron de cambiar mi ropa de color por un uniforme sin luz. En definitiva, destrozaron los ojos cristalinos de una niña que tenía de todo, aún sin tener de nada.

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