Capítulo 17 Carolina

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Alex, Matt, Jason y yo nos dirigimos a la habitación de Abu. Inspiré hondo. La semana había pasado muy rápido: casi no nos dimos cuenta y ya era el cumpleaños de Abu. La noche anterior, Jason me contó que tenían como costumbre levantarse un poco antes e ir a despertarla con besos y abrazos... Qué bonito, ¿no creéis? Creo que a veces nos olvidamos de los verdaderos regalos de la vida.

Con los años, aprendí que el mejor regalo que alguien puede ofrecerte es tiempo de calidad, tiempo que va a perdurar en tus recuerdos. Esos recuerdos que cuando los recuerdas, se agranda tu sonrisa y un brillo se instala en tu mirada. Los mejores regalos no son los materiales, sino el tiempo en el que alguien deja de hacer algo propio para dárselo a alguien.

Matt golpeó la puerta un par de veces. Por la voz de Abu, pude jurar que hacía rato que nos estaba esperando despierta:

—¿Sí...? –dijo desde su habitación.

Alex empujó la puerta para abrirla. No tardó ni un segundo y se tiró en la cama de Abu.

—¡Felicidades, Abu!

Matt y Jason no tardaron ni medio segundo a unirse a la fiesta.

—¡Felicidades a la mujer más bonita del mundo! –exclamó Matt, agarrándose a su cuello con fuerza.

—Felicidades... –dijo Jason en un tono más serio mientras le daba un beso en la mejilla.

—Mis niños, mis tesoros... ¡Cómo os quiero! Mis pequeños... –repetía una y otra vez mientras les abrazaba con fuerza.

Me froté la nunca lentamente, nerviosa. No sabía cómo actuar. Me fijé en aquella escena y sentí una punzada en el estómago... Echaba de menos a mis padres, a mi familia. No tenía nada de ellos, solo simples recuerdos que golpeaban mi corazón con fuerza. En el fondo tenía miedo... Miedo a olvidarlos, miedo a que mi cerebro borrara los pocos recuerdos que tenía de ellos.

—¿Y la pequeña de la casa no viene a darme un beso? –preguntó Abu mientras abría los brazos de par en par.

Abu me sacó de mis propios pensamientos y me miró con una sonrisa enorme. Matt y Jason se apartaron un poco y me hicieron un sitio en la cama para que pudiera unirme a ellos. Me acerqué y, cuando estaba más cerca de la cama, Jason tiró de mi brazo y me hizo caer encima de Abu: quedé abrazada a ella al instante.

—Felicidades... –susurré entre su pecho.

Noté que los brazos de Abu me acunaban entre su cuerpo. Luego, los chicos se unieron en el abrazo y me dejaron casi ni aire. Juro que fue la primera vez en mucho tiempo en  que sentí falta de aire; aun así, ese momento me dio más aire que en toda mi vida.

—No puedo respirar... –dije en voz baja.

—¡Quítate de encima! Estás asfixiando a Carolina, Alex –dijo Jason mientras empujaba a Alex.

Noté que los dedos de Abu me acariciaban el pelo con ternura. Me sentía protegida allí, con ella, entre sus brazos. Se acercó y me susurró:

—Son un poco brutos, pero son nuestros chicos... ¿Verdad?

Alcé la mirada para encontrarme con sus ojos. Me adentré en su dulzura y asentí. Tenía toda la razón: eran nuestros chicos; con sus más y sus menos, pero nuestros.

Durante la semana, pensé que debíamos incluir a Matt y a Alex en el regalo, así que el martes hablé con ellos. Aunque ellos tenían su propio regalo, una canción que le tocarían cuando estuviéramos en el pueblo, mi corazón me decía que también debíamos incluirlos en el regalo que habíamos preparado Jason y yo. Así pues, Jason se puso de pie, sacó nuestro regalo de su bolsillo, y se lo tendió a Abu. Era un sobre de color dorado que había decorado con cuatro corazones y la inicial de cada uno de nosotros: el rojo era de Matt, el azul de Alex, el negro de Jason y el amarillo era el mío. Sí: ya sé que mucha gente dice que el amarrillo trae mala suerte, pero a mí me encanta y no pensaba cambiar de color por esa mala fama.

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