Capítulo 16 Jason

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No hice caso a Matt y me puse a correr para seguirla, hasta que llegué al piso. Cuando entré, Alex se levantó deprisa del sofá y puso una mano en mi pecho para frenarme. Miré a mi alrededor para ver si Abu estaba en casa: observé que no había ni su bolso de color negro, ni la chaqueta de colores pastel que solía ponerse para salir a la calle. Volví a centrar mi mirada en mi hermano pequeño:

—No sé qué ha pasado, pero déjala –dijo Alex con una sonrisa de disculpa.

—Métete en tus asuntos, Alex. Yo arreglo las cosas a mi manera –respondí mientras le fulminaba con la mirada.

Se apartó para dejarme vía libre mientras balbuceaba palabras que no llegué a entender. Empecé a andar hacia la puerta de la habitación. Estaba cabreado porque, realmente, Carolina no tenía derecho a sospechar de mí. Vale, es cierto que estuve con Cristina a las seis de la mañana, ¿¡pero cómo se le puede pasar por la puta cabeza que yo le haría una cosa así, a ella!?

Entré sin tocar a la puerta ni pedir permiso. Hice un movimiento brusco para entrar y seguidamente cerré la puerta con el peso de mi cuerpo. Cuando me giré hacia Carolina, vi que estaba separando nuestras camas. Me cubrí los ojos con las manos, desesperado. Tenía que calmarme...

—¡No he hecho nada! –protesté.

Carolina me miró fijamente con incredulidad:

—¿Te crees que soy imbécil?

—¡Por el amor de Dios, Carolina! No follo con nadie. ¡No te haría una cosa así, jamás de los jamases! –recalqué alzando los brazos.

No podía soportar las miradas frías que me dedicaba. En sus ojos veía odio, rencor, rabia, celos; pero en ningún caso vi duda. Su mente ya me había sentenciado.

—¡Tampoco follas conmigo! –gritó–. Así que yo puedo pensar que con ella haces lo que no puedes hacer conmigo.

Apartó sus ojos de los míos para intentar ocultar su rostro. Se alzó un poco la manga de la sudadera y empezó a rascarse las cicatrices de una forma nerviosa e intensa. Estaba irritando la piel abultada hasta llegar a hacerse un poquito de sangre en la cicatriz que tenía cerca de la muñeca. No lo pensé: me acerqué a ella, le agarré la mano y se la aparté de un tirón. Las cejas de Carolina se elevaron, como si estuviera esperando mi explicación:

—Te estabas haciendo daño sin darte cuenta... –susurré.

Miró su brazo con los ojos muy abiertos y suspiró, despacio. Se bajó la sudadera hasta ocultarla de nuevo. Luego, la observé fijamente.

—¡Deja de mirarme así! –protestó.

—¿Así cómo? –dije mientras la miraba, sorprendido.

—Con pena –sentenció.

Agité la cabeza y la contesté:

—Pequeña...

Carolina siguió separando las camas. No se giró para mirarme, así que me acerqué yo a ella y le di unos toques en la espalda. La quería abrazar, pero no me atreví.

—¿Podemos hablar, por favor? –le rogué.

Se giró y cruzó sus dos brazos, como si dijera "estoy lista para pelear contigo".

—¿Qué hacías con esa, a las seis de la mañana? –preguntó, a punto de estallar.

—Me la encontré fuera del trabajo –mentí, a medias.

Parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas. Pude notar que su paciencia iba a estallar en cualquier momento:

—¿Te la encontraste en el puerto a las seis de la mañana? –preguntó–. ¡No soy tonta, Jason! –dijo moviendo la pierna derecha de forma nerviosa.

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