Capítulo 22 Carolina

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Me estaba ahogando. La asfixia se instaló en lo más profundo de la garganta y un vacío inmenso se expandió por toda mi alma. Mi cuerpo empezó a temblar. Mis ojos no se apartaron de los de ella, de Úrsula. Estaba allí.

Dios, ayúdame... Ayúdame, por favor. ¿Cómo me había encontrado? ¿Me voy corriendo o me quedo? Millones de preguntas se cruzaban por mi mente. Mi cuerpo se paralizó del miedo: no era consciente de todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Úrsula se acercó a mí para mirarme fijamente, pero yo estaba perdida en un vacío tan grande que no pude mantenerle la mirada. Noté la mano de Jason agarrando mi cintura y tirando de mí hacia atrás. Levanté la mirada y vi que Úrsula caía al suelo de culo, haciendo un gesto de dolor.

—¡No la toques, puta! –amenazó Jason, situándose entre Úrsula y yo.

El miedo se caló de forma invisible en cada víscera de mi cuerpo. Miré alrededor y observé que los policías enmanillaban a Abu. Algo en mi interior se estaba destruyendo... En un momento, la oscuridad se cruzó por mi vida para enseñarme que la luz no dura para siempre. El Sol necesita descansar para que la Luna salga, y yo estaba perdiendo mi luz; mejor dicho, lo estaba perdiendo todo. Estallé en un llanto desgarrador que carraspeó mi garganta. Jason se giró y me cogió las manos, asustado por mi llanto.

—Pequeña... Tranquila. Lo arreglaré.

Mis ojos recorrieron mi alrededor en un segundo. Vi a Abu, suplicándome con la mirada que no me rindiera; a Matt, increíblemente asustado; y a Alex, que miraba a Cristina, decepcionado. Sin duda, parecía que algo tenía que haber hecho Cristina para que Alex la mirara de esa forma.

Una voz serena en mi cabeza me repetía que era el momento de volver con ella, que tenía que dar gracias al universo o a Dios por el regalo de estar todo este tiempo con ellos. Quise verlo, pues, como un regalo del tiempo. Son destellos de luz, momentos de paz que la vida te da para volverte al campo de guerra que representa la vida diaria. Son sueños que intentas alcanzar, de los cuales solo uno consigue cruzar la meta; y estaba claro que yo no había llegado a cruzarla.

—Por favor, corre. ¡Lárgate de aquí! –me suplicó Jason.

—No voy a permitirle que destroce vuestras vidas también.

—No vas a irte con ella... –dijo mientras me cogía los brazos con fuerza–. Carolina, reacciona, por favor...

Traté de quitármelo de encima, pero él me agarró con más fuerza. Mi cuerpo temblaba de miedo.

—Es la hora, Jason –repliqué casi sin voz–. Los dos sabemos que ella no parará...

—Cállate –me ordenó.

En unos segundos, un par de policías redujeron a Jason y le pusieron la cara contra el suelo:

—Mierda, Carolina. Voy a ir a buscarte. No te rindas, pequeña...

La policía me aparto de él y me llevó junto a Úrsula, quien se levantó del suelo limpiándose su falda perfectamente planchada. Empezamos a caminar uno al lado de la otra hasta llegar a Abu. En ese momento, mi cuerpo empezó a experimentar una sensación de vacío absoluto.

—Hija... –susurró Abu.

Esas cuatro letras rompieron lo poco que quedaba dentro de mí. No sé si vosotros creéis en las almas, pero yo creo que la mía está maldita. Me sentí tan perdida en ese momento... Era como si mi cuerpo se rindiera al miedo. No quise –ni pude– mirarle a los ojos, no tenía el valor suficiente para enfrentarme a Abu. Sentir el calor de su mirada me haría replanteármelo todo. Necesitaba hundirme en mi realidad, y en ese momento mi realidad era Úrsula. Sabía que, si cruzaba los ojos con ella, no lo soportaría: tenía que destruir cada trozo de esperanza.

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