6 Jasón

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Mierda, mierda, mierda... Me desperté y vi que en el piso no había rastro de Alex, ni de Matt, ni de Carolina. Me empecé a poner nervioso. Me levanté a toda prisa, y me di una ducha de esas en las que las manos se coordinan tan rápido con el jabón que no te da tiempo de saborear el olor a limpio de tu cuerpo. Después, me fui a la cocina para coger algo de desayuno, y me encontré con Abu.

Me comentó fríamente que Carolina y Matt se habían ido a abrir la tienda. No parecía estar de muy buen humor... No sé si era porque sabía que había estado con Cristina y no era santo de su devoción, o porque no había sido lo suficiente responsable para levantarme e ir trabajar con Carolina. En fin, daba igual: ahora mismo lo único que me importaba era que pudiera llegar a la tienda antes que ellos para poder cerrar el local y meter un poco más de dinero en la caja. Un poco cada día; así, no se notaría tanto.

Abrí la puerta de la tienda y los vi allí: Matt y Carolina, riéndose y hablando como si se conocieran de toda la vida. Matt tiene ese efecto con la gente. Es encantador, divertido, poeta y romántico; la combinación perfecta para enamorar a las chicas. Es el típico romántico a quien el amor le dura un día, como si fuera una estrella fugaz que pierde polvo por el camino, pero que no puedes parar ni atar. Sin embargo, Matt es un buen hermano: un poco intenso, pero siempre te hace reflexionar sobre cosas de las cuales la mayoría de los tíos no le damos importancia o simplemente no nos interesan. Personalmente, a mí me pasa: a veces me pongo nervioso o me da vergüenza hablar de ciertos temas, pero para Matt es como su esencia... Él dice que siente las cosas. Y las siente. Pero las siente con mucha intensidad durante un rato, y luego ese sentimiento se desvanece por completo; como la Luna, que brilla aislada, con ese brillo especial, pero solo unas solas horas en la noche. No obstante, a Alex, a Abu y a mí nos quiere desde siempre y nos lo demuestra. Sin palabras, sin rimas, sin papel, sin lápiz en mano: nos lo demuestra con hechos. Al final, es lo que realmente importa; al menos para mí.

—Hola, Jasón –dijo Matt, guiñándome un ojo.

—Hola –susurró Carolina, bajando la mirada hacia sus pies.

Pareció que mi presencia le incomodaba.

—Ya puedes largarte, Matt. Cerraremos Carolina y yo –dijo moviéndome detrás del mostrador.

Matt se giró:

—¿Qué? –contestó.

—Nada –suspiró–. Solo tienes que decirme que quieres quedarte a solas con la pequeña, Jasón, y te dejo vía libre –se rio.

—No es mi tipo.

Mis labios contestaron más rápido que mi cerebro y que mi corazón. Instantáneamente atisbé una mirada de tristeza en los ojos de Carolina... Matt se acercó a mí y puso la mano en mi hombro:

—Hermano... Tu armadura es proporcional al alma que intentas ocultar.

Suspiré y rebufé. O rebufé y suspiré, no sé. Matt tiene ese efecto en mí. Sus palabras suaves, con ese toque poético, escondían un cuchillo afilado que te podía rasgar la piel e infectar la sangre hasta llegar al cerebro.

Matt se giró y le dio un pequeño beso en la mejilla a Carolina.

—Cuídate, pequeña. Nos vemos en casa.

Se acercó a ella y le susurró algo que no pude llegar a escuchar. Matt me miró mientras se lo decía, riéndose. En ese momento, juro que si no fuera mi hermano le metería un puñetazo...

—Adiós, Jasón.

—Adiós —finalicé.

Los ojos de Carolina se posaron sobre mí. Le dirigí la mirada de vuelta:

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