El Coronel.

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20 de Enero, 2022.

En mi vida siempre he luchado por todo.

Luché por mantenerme con vida en un desierto en medio de la nada, con tan solo una cantimplora a medio llenar de agua, una carpa que comenzaba a derretir su plástico por el caluroso sol que me dejó marcas en la piel de quemaduras. Y mi teniente al mando que quería acabarse con el único suministro de agua que teníamos.

Luché por mi vida en medio de un rio que desembocaba en una cascada, las piedras sobresalían del agua y si dejaba que el agua me llevara saldría malherida y con alguna costilla rota. Mi avión se había estrellado, mi capitán al mando había desaparecido con el resto de la tripulación y mis sargentos en ese entonces esperaban por órdenes. La orilla estaba lejos, y la única solución era dejarse arrastrar por el rio.

Luché en el momento en el que sentí unos brazos tomarme por los brazos con brusquedad, levantándome y haciéndome caminar sin poder observar nada a mi paso cuando me vendan los ojos tan fuerte que siento que la cabeza me dolerá.

Grito pero inmediatamente cubren mi boca.

Me sacudo pero inmediatamente me inmovilizan con cuerdas en las muñecas y piernas.

Me cargan sobre un hombro como saco de patatas.

Pierdo el control por completo, hace cinco segundos que me hallaba durmiendo y ahora me suben en el maletero de un auto.

Cierran el maletero con fuerza y mi respiración es el único sonido que logro captar dentro de la cajuela. Muevo mis muñecas una contra la otra, aflojando un poco la soga sin desatarla.

Me mantengo en silencio, pero alerta.

El auto se mueve, y mis oídos logran captar el mismo sonido de la última vez, el enorme portón de la entrada.

No es el mismo auto.

Aunque podría ser el mismo modelo.

Mi cabeza da vueltas en todo el recorrido, no se escuchan autos cerca, tal vez una que otra motocicleta y algún auto que pasa por nuestro lateral cada diez minutos.

El auto se detiene repentinamente pasados los treinta minutos.

Las puertas delanteras son abiertas, una es cerrada y rápidamente la cajuela también es abierta. La luz del sol intenta traspasar la tela negra de la venda que cubre mis ojos.

Vuelven a tomarme de los brazos y me levantan como si mi peso fuera insignificante.

Me lanzan al suelo con brusquedad, mi cabeza golpea el suelo y mi espalda choca contra una pared.

Me quitan la venda con rapidez y apenas logro visualizar la espalda ancha de un hombre al entrar en un auto rojo que acelera una vez cierra la puerta del conductor.

Una vez desaparecen de mi vista al final de la carretera observo mi alrededor, parece solo un pueblo abandonado más a las orillas de sea cual sea la ciudad en la que estoy.

No veo a Isla en ningún lado.

Con mis manos frente a mi aun atadas las subo hasta mi mejilla, donde una cinta me aprieta la boca.

La quito de un solo movimiento, y no puedo evitar soltar una pequeña risa al pensar en que al menos este mes no tendré que depilarme.

Con mis dientes acabo por desatar mis manos y comienzo a desatar la última cuerda y con la otra mano busco los pendientes en mi oreja y nariz.

Están en su lugar.

Me pongo de pie y sacudo mi ropa.

De seguro me verán como una loca en pijamas en medio de un pueblo con todo el esplendor del sol sobre mí.

VulnerableWhere stories live. Discover now