El adiós definitivo

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Llegamos a mi hotel más rápido de lo que hubiera deseado. No sabía cómo empezar la conversación venidera pues cualquier palabra que saliera de mi boca podría afectar más mi situación con él, sin embargo, por su forma de verme y hablarme también creía que sin importar lo que dijera, él simplemente querría que me alejara. 

Tenía que entenderlo, ya era hora de aceptar que esa sería mi última noche a su lado. Entramos en el bar y nos sentamos en una mesa cerca de la barra. El mesero se acercó y solo pedí un vaso con agua pues sentía náuseas, pero mi boca estaba tan seca que necesitaba humedecerla para poder hablar. 

Andrés pidió un whisky. Nunca lo había visto beber, aunque ahora podía ver otra faceta de él. No apartaba la vista de su trago, como si estuviera pensando en todo y nada a la vez, así que tomé todas las fuerzas que me quedaban y empecé a hablar.

—Andrés, primero que nada, quiero dejarte claro que entre tu padre y yo no había absolutamente nada. Lo único que sabía de él era lo que tú me habías contado. Yo jamás lo había visto en mi vida.

—¿Cómo quieres que te crea si te encuentro organizando su funeral?  —se burló de mi explicación—. ¿Qué estabas haciendo con él en realidad Camila?, dijiste no más mentiras, esto es absurdo. Fue una mala idea venir aquí.

Intentó levantarse, pero rápidamente le respondí tan fuerte que varios a nuestro alrededor voltearon a vernos.

—¡Buscándote, Andrés! —se detuvo—. Vine a pedirle ayuda para encontrarte —bajé la voz en cuanto capté su atención nuevamente y la de muchos otros para mi desgracia—. Escucha, las últimas semanas han sido un caos en mi vida, estaba desesperada, simplemente desapareciste sin dejar rastro y sin permitirme concluir las cosas entre los dos. Intenté localizarte por varios medios, pero no contestabas mis llamadas, ni mis correos y nadie en San Ángel tenía idea de donde estabas. Estuve buscando opciones y no obtenía información sobre ti. Estuve a punto de darme por vencida hasta que me enteré que tu padre podría saber en dónde estabas, así que lo busqué a él. Vine a él solo por ti Andrés.

—Todo quedó muy claro para mí la última vez que nos vimos, no tenías por qué buscarme. Lo que no me queda claro es cómo fue que terminaste organizando el funeral de un hombre que dices conocer de un solo día.

Sus palabras hacían menos mi interés y necesidad por hablar con él, parecía que lo único que le importaba era saber porque estaba con su padre.

—Él estaba solo, Andrés. En cuanto lo conocí y le expliqué los motivos por los que estaba aquí, no dudo en ayudarme a encontrarte. Él sabía en dónde estabas y yo estaba por ir a buscarte en cuanto pasó lo que pasó —tomé aire para poder continuar—. En realidad debe ser muy difícil tomar la decisión de confiar en alguien que recién conoces para hacer ciertas cosas que deberían ser obligación de la familia, pero él no tuvo más opción Andrés. Estaba muriendo y yo era la única presente y aunque al principio me sorprendió, después entendí que sabía que yo era alguien que podía llegar a ti, por eso también me pidió que hiciera algo más por él.

Por fin dirigió su mirada hacia mí y me miró a los ojos. Esos hermosos ojos verdiazul se veían inundados de tristeza y cansancio. Traía en mi bolsa los objetos que había sacado del escritorio de su padre hace apenas una hora. Los saqué y los puse frente a él. Por su mirada sé que inmediatamente reconoció la caja y las lágrimas se acumularon en sus ojos. La tomó y la giró varias veces, inundado en los recuerdos que le traían ese objeto.

—Era de mi madre —logró articular—. Pensé que nunca la volvería a ver.

Intentó abrirlo, pero se dio cuanta al igual que yo, que estaba cerrada. Luego esbozó una pequeña sonrisa, la cual parecía completamente fuera de lugar de la situación, pero que hizo que mi corazón diera un pequeño brinco. 

Los juegos del destinoWhere stories live. Discover now