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—Vamos Lía. Es hora de levantarse —dijo Cellbit, dándole un pequeño empujoncito a Lía, quien todavía estaba dormida en su nueva cama.

Tenían apenas dos semanas de haberse mudado a ese nuevo vecindario, para variar, por el trabajo de su padre. Aunque ella tenía escasos siete años de edad, sabía lo ocupado que era ser Cellbit: uno de los cinco directores de una empresa privada para realizar comerciales y padre soltero al mismo tiempo. Pero estaba bien, ella no sentía que hubiera deficiencias en su cuidado o en el tiempo de calidad que pasaran; pero ¡ya se habían mudado tres veces este año! Comenzaba a molestarle hacer amigos y tener que irse a los tres meses.

Estiró los brazos y miró con cara de berrinche a su padre.

—Dijiste que sería la última mudanza —sacó el tema con un puchero en los labios.

—Oh, lo siento —se disculpó Cellbit. —De verdad que será la última.

—¡Ya lo creo que sí! Extraño a mis amigos.

—Bueno, todavía puedes hablar con ellos por videollamadas.

—Pero podría ir a visitarlos si no estuviéramos tan lejos.

El origen del empresario era brasileño, sin embargo, con los recientes cambios en la empresa y la supervisión de cada uno de los directores en un sector determinado, Cellbit tuvo, por unanimidad de votos, el puesto en Londres. Eso era un verdadero cambio para la pequeña Lía, quien apenas había llegado, se sintió apenada por tener un acento peculiar. Pero para su suerte, su niñera Nessa aceptó ir con ellos.

—Vamos Lía, llegarás tarde a tú primer día de escuela si no nos apuramos.

La pequeña de ojos verdes, como los de su padre, se levantó a regañadientes, pero después de tomar una malteada de chocolate en el desayuno ya estaba feliz.

—Nessa, Lía sale a la una de la tarde. Yo llegaré alrededor de las cinco. Si hay algún problema, llámame.

La nana asintió, bastante tranquila mirando como el intrépido brasileño le abrochaba el cinturón de seguridad a su hija en el asiento trasero de su camioneta. La madre de Lía había fallecido hace tres años, y a pesar de que eso supuso un cambio drástico a la vida de toda la familia, debía admitir que Cellbit hacía un magnífico trabajo como padre, y madre. Pero tarde o temprano Lía necesitaría el amor de otro elemento parental.

Llegando a la escuela, el cenizo fue el blanco de muchas miradas de distintas mujeres llevando a sus hijos a la escuela, quienes no repararon en ser discretas al decir frases como: "Mira Leo, es el padre de la niña nueva"; 'mira esos ojos'; "dicen que está soltero"; "su acento es tan exótico". Frases que, por supuesto, Cellbit no escuchó (la distracción podría ser una virtud en él). Sin hacer más intervenciones, despidió a Lía, dirigiéndose a su oficina.



...



El primer día en el trabajo fue regular. Cellbit no hizo mucha interacción como debía. Las caras nuevas le causaban desconfianza en muchos sentidos, pero supuso que sería cuestión de tiempo encontrar alguna amistad que lo hiciera sentir más cómodo. Recordaba a la madre de Lía de vez en cuando, y hubiera querido tener citas para hallar alguna... ¿Sustituta? No. La madre de Lía siempre sería irremplazable, pero no era ciego a la realidad: se sentía solo aun con su hija. Vino pensando todo esto durante su trayecto de regreso a casa. Al aparcar, Lía corrió hacia él, abrazándolo.

—Hola pequeña. Vamos dentro, ¿sí?

Era un desastre la sala, con un montón de cajas de cartón aun sin abrir, con todos los juguetes de la niña con polvo. A decir verdad, le hubiera gustado desempacar, pero estaba exhausto. Se inclinó hacia su hija sonriéndole. La chiquilla le señaló una agujeta desatada, mostrando ojos tiernos para que su padre las abrochara mientras ella se sentaba sobre una caja llena de peluches.

Niños, mejores consejeros |GuapoDuo|Where stories live. Discover now