Epílogo

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Juraba que declararía la guerra contra el condenado moño en el cuello.

Cellbit suspiró e intentó, por quinceava ocasión, anudar simétricamente la corbatilla de su traje. Fracasó y resopló molesto.

—¡AGH, POR LA PU-!

—¿Cellbit, necesitas ayuda? —escuchó la voz de Nessa al otro lado de la puerta.

La nana entró y miró el desastre sobre la cama del cenizo, o mejor dicho, de la pareja. El hombre tenía ropa regada por toda la extensión y varias botellas de perfume sin tapa.

Habían pasado tres años desde que Cellbit y Roier habían comenzado a vivir juntos. El cenizo había insistido en ofrecer su casa para ello, pero el castaño ganó la discusión y terminaron comprando una casa de campo sencilla, parecida a la antigua residencia Alt.

—Ya deja de pelearte con el pobre moño. Yo te ayudo —dijo Nessa acercándose para acomodar el último accesorio del cenizo.

—¿Ya está lista Lía?

—Sí, pero hoy serás el protagonista —dijo, observando la pequeña cicatriz en la ceja izquierda del hombre. Sumió los labios por recordar aquel horrible accidente. —¿Cómo sigue tu amnesia?

Cellbit se sorprendió con la pregunta. —¿Eso? Fue hace siglos... Recuerdo algunas cosas pero no por completo

—Bueno, te recomiendo que omitas eso durante la ceremonia. No es buena manera de empezar un matrimonio si dices que no recuerdas cómo conociste a Roier, quiero decir, la genuina primera vez

—Lo sé

Terminó de acomodar el cuello, el saco, mirándose en el espejo para acomodar su cabello. Se había dejado crecer la barba y el bigote, pero para ese día especial había tenido la precaución de ir al barbero a emparejarla para darle un aire masculinamente irresistible. Sonrió de lado, bajando las escaleras y observando a su hija modelar un vestido color lavanda de crinolina, peinada con trenzas a los costados y sonreír en cuanto lo miró. Había cumplido los diez años hace unas semanas y Cellbit sabía que al seguir creciendo se volvería una mujer hermosa.

—Te ves muy bien pai —dijo Lía.

—Tú también, princesa

—Bobby me avisó que saldrán en diez minutos de casa de los abuelos

A modo de tradición, Roier y Bobby habían pasado la noche en casa de sus familiares y después se reunirían. Era más emocionante así.

—Entonces debemos llegar primero —mencionó Cellbit, tomando de la mano a su pequeña.

Nessa y Lía se adelantaron para subir en la camioneta mientras el cenizo cerraba la puerta. Su teléfono vibró y sonrió largamente cuando leyó el mensaje de Roier recordándole que manejara con cuidado. No le sorprendía que después de tres años de estar juntos, el castaño fuera vidente en cuanto sus acciones.

Manejó hasta llegar a una zona arbolada con un sendero empedrado que conducía a una enorme propiedad bardeada. Estacionó frente a un enorme portón de madera hasta que un muchacho joven contratado para el valet parking lo atendiera. Como anfitrión en la ceremonia debía encargarse de todo, pero ese día podía darse el lujo de ser relativamente impuntual.

—Las veré en unos minutos —dijo cuando llegaron al enorme jardín que servía como recibidor.

Ambas asintieron, retirándose hacia una fuente.

Cellbit empezó a caminar en círculos en el recibidor. Estaba nervioso, joder, que tenía la cabeza peor de desubicada que el día de su accidente. Y cómo no, estaba a punto de dar otro gran paso con Roier. Observaba a los invitados que los acompañaran en esa celebración, las mesas ataviadas de manteles color perla y centros de mesa con esculturas de cristal, el grupo musical acomodando y afinando sus instrumentos, la larga fila de sillas apiladas en dos columnas y el pasillo de flores separándolas.

Niños, mejores consejeros |GuapoDuo|Where stories live. Discover now